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8 mayo 2026

EL VALOR DE LA AMISTAD

I. Jesús, «el amigo que nunca traiciona». En Él aprendemos el verdadero sentido de la amistad.

Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos (...). Ya no os llamo siervos (...), a vosotros os llamo amigos, nos dice el Señor en el Evangelio de la Misa.
Jesús es nuestro Amigo. En Él encontraron los Apóstoles su mejor amistad. Era alguien que les quería, con quien podían comunicar sus penas y alegrías, a quien podían preguntar con entera confianza. Sabían bien lo que deseaba expresar cuando les decía: amaos los unos a los otros... como Yo os he amado. Las hermanas de Lázaro no encuentran mejor título que el de la amistad para solicitar su presencia: tu amigo está enfermo, le mandan decir. Es el mayor argumento que tienen a mano.
Jesús buscó y facilitó la amistad a todos aquellos que encontró por los caminos de Palestina. Aprovechaba siempre el diálogo para llegar al fondo de las almas y llenarlas de amor. Y además de su infinito amor por todos los hombres, manifestó su amistad con personas bien determinadas: los Apóstoles, José de Arimatea, Nicodemo, Lázaro y su familia... Al mismo Judas no le negó el honroso título de amigo en el mismo momento en que éste le entregaba en manos de sus enemigos. Estimaba mucho la amistad de sus amigos; a Pedro le preguntará después de las negaciones: ¿me amas?, ¿eres mi amigo?, ¿puedo confiar en ti? Y le entrega su Iglesia: Apacienta mis corderos... apacienta mis ovejas. «Cristo, Cristo resucitado, es el compañero, el Amigo. Un compañero que se deja ver sólo entre sombras, pero cuya realidad llena toda nuestra vida, y que nos hace desear su compañía definitiva». Él, que ha compartido nuestra vida, quiere compartir también nuestras cargas: Yo os aliviaré, nos dice a todos. Es el mismo que desea ardientemente que compartamos su gloria por toda la eternidad.
Jesucristo es el Amigo que nunca traiciona, que cuando vamos a verle, a hablarle, está siempre disponible, que nos espera con el mismo calor de bienvenida, aunque por nuestra parte haya habido olvido y frialdad. Él ayuda siempre, anima siempre, consuela en toda ocasión.
La amistad con el Señor, que nace y se acrecienta en la oración y en la digna recepción de los sacramentos, nos hace entender mejor el significado de la amistad humana, que la Sagrada Escritura califica como un tesoro: Un amigo fiel -dice el Eclesiastés- es poderoso protector; el que lo encuentra halla un tesoro. Nada vale tanto como un amigo fiel; su precio es incalculable. Los Apóstoles aprendieron de Cristo el verdadero sentido de la amistad. Y los Hechos de los Apóstoles nos muestran cómo San Pablo tuvo muchos amigos, a quienes quería entrañablemente, los echa de menos cuando están ausentes y se llena de alegría cuando tiene noticias de ellos. La antigüedad cristiana nos ha dejado testimonios de grandes amistades entre los primeros hermanos en la fe.