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2 mayo 2026

LA VIRTUD DE LA ESPERANZA

I. Esperanza humana y virtud sobrenatural de la esperanza. Certidumbre de esta virtud. El Señor nos dará siempre las gracias necesarias.
Leemos en el Evangelio de la Misa estas consoladoras palabras de Jesús: Si pidiereis algo en mi nombre yo lo haré. Y la Antífona de comunión recoge otras no menos consoladoras palabras del Señor: Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria.
El mismo Señor es nuestro intercesor en el Cielo, y nos promete que todo lo que le pidamos en su Nombre, nos lo concederá. Pedir en su Nombre significa en primer lugar tener fe en su Resurrección y en su misericordia; y significa pedir aquello, humano o sobrenatural, que conviene a nuestra salvación, objetivo fundamental de la virtud cristiana de la esperanza, de la misma vida del hombre.
Existe la esperanza humana del labrador cuando siembra, del marino que emprende una travesía, del comerciante cuando inicia un negocio... Se pretende llegar a un bien, a un fin humano: una buena cosecha, llegar al puerto al que se ha puesto rumbo, unas buenas ganancias... Y existe la esperanza cristiana, que es esencialmente sobrenatural y, por tanto, está muy por encima del deseo humano de ser dichoso y de la natural confianza en Dios. Por esta virtud tendemos hacia la vida eterna, hacia una dicha sobrenatural, que no es otra cosa que la posesión de Dios: ver a Dios como Él mismo se ve, amarle como Él se ama. Y al tender hacia Dios lo hacemos con los medios que Él nos ha prometido, y que no nos faltarán nunca si nosotros no los rechazamos. El motivo fundamental por el que esperamos alcanzar este bien infinito es que Dios nos da su mano, según su misericordia y su infinito amor, al que nosotros correspondemos con nuestro querer, aceptando con amor esa mano que Él nos tiende.
Con la virtud de la esperanza, el cristiano no tiene la seguridad de la salvación -a no ser por una gracia especialísima de Dios-, pero sí tiende con certeza hacia su fin, de modo semejante a como, en el orden de las cosas humanas, el que emprende un viaje no tiene la certeza de llegar al fin de su proyecto, pero sí tiene la certidumbre de ir bien encaminado y de llegar si no abandona el camino. «La seguridad de la esperanza cristiana, no es, pues, la certeza de la salvación, sino la certidumbre absoluta de que vamos hacia ella», confiados en que Dios «nunca manda lo imposible, pero nos ordena hacer lo que podemos, y pedir lo que no está en nuestra mano hacer».
Enseña el Magisterio de la Iglesia que «todos deben tener firme esperanza en la ayuda de Dios. Porque si somos fieles a la gracia, de la misma manera como Dios ha comenzado en nosotros la obra de nuestra salvación, la llevará a cabo, obrando en nosotros el querer y el obrar (Flp 2, 13)». El Señor no nos dejará si nosotros no le dejamos, y nos dará los medios necesarios para salir adelante en toda circunstancia y en todo tiempo y lugar. Nos escuchará cada vez que recurramos a Él con humildad. Nos dará los medios para buscar la santidad en nuestro quehacer, en medio del trabajo y en las condiciones que rodean nuestra vida. Nos dará más gracia si son mayores las dificultades, y más fuerzas si es mayor la debilidad.