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I. Imitar a Cristo en el amor y atención a los enfermos.
El Evangelio de la Misa nos habla de la misión de los Doce por las aldeas y parajes de Palestina. Predicaron la necesidad de hacer penitencia para entrar en el Reino de Dios y expulsaban los demonios y ungían con óleo a muchos enfermos y los curaban. El aceite se utilizaba frecuentemente para curar las heridas, y el Señor determinó que fuera la materia del sacramento de la Unción de los enfermos. En las breves palabras del Evangelio de San Marcos la Iglesia ha visto insinuado este sacramento, que fue instituido por el Señor, y más tarde promulgado y recomendado a los fieles por el Apóstol Santiago. Es una muestra más del desvelo de Cristo y de su Iglesia por los cristianos más necesitados.
Nuestro Señor mostró siempre su infinita compasión por los enfermos. Él mismo se reveló a los discípulos enviados por el Bautista llamando su atención sobre lo que estaban viendo y oyendo: los ciegos recobran la vista y los cojos andan; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados. En la parábola del banquete de bodas, los criados recibieron esta orden: salid a los caminos... y traed a los pobres, a los lisiados, a los ciegos, a los cojos... Son innumerables los pasajes en los que Jesús se movió a compasión al contemplar el dolor y la enfermedad, y sanó a muchos como signo de la curación espiritual que obraba en las almas.
El Señor ha querido que sus discípulos le imitemos en una compasión eficaz hacia quienes sufren en la enfermedad y en todo dolor. «La Iglesia abraza a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador, pobre y paciente, se esfuerza en aliviar sus necesidades y pretende servir en ellos a Cristo». En los enfermos vemos al mismo Señor, que nos dice: lo que hicisteis por uno de éstos, por mí lo hicisteis. «El que ama al prójimo debe hacer tanto bien a su cuerpo como a su alma -escribe San Agustín-, y esto no consiste sólo en acudir al médico, sino también en cuidar el alimento, la bebida, el vestido, la habitación y proteger el cuerpo contra todo lo que le puede resultar molesto... Son misericordiosos los que ponen delicadeza y humanidad al proporcionar lo necesario para resistir males y dolores».
Entre las atenciones que podemos tener con los enfermos está: acompañarles, visitarles con la frecuencia oportuna, procurar que la enfermedad no les intranquilice, facilitarles el descanso y cumplimiento de todas las prescripciones del médico, hacerles grato el tiempo que estemos con ellos, sin que nunca se sientan solos, y ayudarles a que ofrezcan y santifiquen el dolor, procurar que reciban los sacramentos. No olvidemos que son el «tesoro de la Iglesia», que pueden mucho delante de Dios y que el Señor les mira con particular predilección.
F.F. CARVAJAL