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17 febrero 2026

LA TAREA SALVADORA DE LA IGLESIA

I. La Iglesia, lugar de salvación instituido por Jesucristo.
Narra el Génesis que al ver el Señor cómo crecía la maldad del hombre y que su modo de pensar era siempre perverso, se arrepintió de haberlo creado, y consideraba borrarlo de la superficie de la tierra. Pero, una vez más, la paciencia de Dios se puso de manifiesto y decidió salvar al género humano en la figura de Noé. El Señor dijo a Noé: Entra en el arca con toda tu familia, pues tú eres el único justo que he encontrado en tu generación. Después vino el diluvio, con el que Dios castigó a los demás, a causa de su mala conducta.
Los Padres de la Iglesia vieron en Noé la figura de Jesucristo, que será el principio de una creación nueva. En el arca vislumbraron la imagen de la Iglesia, que flota sobre las aguas de este mundo y acoge dentro de ella a cuantos quieren salvarse. San Agustín nos dice: «En el símbolo del diluvio, en el que los justos fueron salvados en el arca, está profetizada la futura Iglesia, que salva de la muerte en este mundo por medio de Cristo y del misterio de la Cruz». El arca de Noé fue el lugar de salvación. Y San Agustín continúa diciendo que «quienes fueron salvados en el arca representan el misterio de la futura Iglesia, que se salva del naufragio por la madera de la Cruz». El grupo de justos salvados del diluvio en el arca es un presagio de la futura comunidad de Cristo.
El mismo Señor, antes de su Ascensión a los Cielos, entregó a sus Apóstoles sus propios poderes en orden a la salvación del mundo. El Maestro les habló con la majestad propia de Dios: Se me ha dado todo poder en el Cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos míos a todos los pueblos...; y la Iglesia comenzó enseguida, con autoridad divina, a ejercer su poder salvador.
Imitando la vida de Cristo, que pasó haciendo el bien, confortando, sanando, enseñando, la Iglesia procura hacer el bien allí donde está. Es abundante, a lo largo de la historia, la iniciativa de los cristianos y de variadísimas instituciones de la Iglesia por remediar los males de los hombres, por prestar una ayuda humana a los necesitados, enfermos, refugiados, etc. Esa ayuda humana es y será siempre grande, pero, al mismo tiempo, es algo muy secundario; por la misión recibida de Cristo, Ella aspira a mucho más: a dar a los hombres la doctrina de Cristo y llevarlos a la salvación. «Ya todos -a aquellos de cualquier forma menesterosos, y a los que piensan gozar de la plenitud de los bienes de la tierra- la Iglesia viene a confirmar una sola cosa esencial, definitiva: que nuestro destino es eterno y sobrenatural, que sólo en Jesucristo nos salvamos para siempre, y que sólo en Él alcanzaremos ya de algún modo en esta vida la paz y la felicidad verdaderas».
F.F. CARVAJAL