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10 febrero 2026

EL CUARTO MANDAMIENTO

I. Bendiciones de Dios a quien cumpla este mandamiento. La promesa de una larga vida. El «dulcísimo precepto».
En el Evangelio de la Misa, Nuestro Señor declara el verdadero alcance del Cuarto Mandamiento del Decálogo frente a las explicaciones erróneas de la casuística de escribas y fariseos. El mismo Dios, por boca de Moisés, había dicho: Honra a tu padre y a tu madre, y quien maldiga al padre o a la madre, será reo de muerte.
Es tan grato a Dios el cumplimiento de este mandamiento que lo adornó de incontables promesas de bendición: El que honra a su padre expía sus pecados; y cuando rece será escuchado. Y como el que atesora es el que honra a su madre. El que respeta a su padre tendrá larga vida. Esta promesa de una larga vida a quien ame y honre a sus padres se repite una y otra vez. Honra a tu padre y a tu madre; así prolongarás la vida en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar. Y Santo Tomás de Aquino, al explicar este pasaje, enseña que la vida es larga cuando está llena, y esta plenitud no se mide por el tiempo, sino por las obras. Se vive una vida llena cuando está repleta de virtudes y de frutos; entonces se ha vivido mucho, aunque muera joven el cuerpo. El Señor promete también la buena fama-a pesar de sufrir calumnias-, riquezas y una descendencia numerosa. En cuanto a la descendencia, sigue diciendo Santo Tomás de Aquino que no sólo existen «hijos de la carne»: hay diversas razones por las cuales se originan otros modos de paternidad espiritual, que requieren su correspondiente respeto y aprecio.
A pesar de la claridad con que se expone este mandamiento en éstos y otros muchos pasajes del Antiguo Testamento, los doctores y los sacerdotes del templo habían tergiversado su sentido y cumplimiento. Enseñaban que si alguien decía a su padre o a su madre: lo que de mi parte pudieras recibir o necesitar, sea «corban», que significa ofrenda, los padres no podían ya tomar nada de esos bienes aunque estuvieran muy necesitados, pues, como habían sido declarados ofrenda para el altar, constituiría entonces un sacrilegio. Esta costumbre era frecuentemente un mero artificio legal para seguir gozando de sus bienes y quedar desligados de la obligación natural de ayudar a sus padres necesitados. El Señor, Mesías y Legislador, explica en su justo sentido el alcance del Cuarto Mandamiento, deshaciendo los profundos errores que había en aquella época sobre esta materia.
El Cuarto Mandamiento, que es también de derecho natural, requiere de todos los hombres, pero especialmente de aquellos que quieren ser buenos cristianos, la ayuda abnegada y llena de cariño a los padres, que se realiza cada día en mil pequeños detalles y se pone particularmente de relieve cuando los progenitores son ancianos o están más necesitados. Cuando hay verdadero amor a Dios, quien nunca nos pide cosas contradictorias, se encuentra el modo oportuno de vivir el amor a los padres, incluso en el caso de que esos hijos tengan que cumplir primero con otras obligaciones familiares, sociales o religiosas. Hay aquí un campo grande de responsabilidades filiales, que los hijos deben examinar con frecuencia delante de Dios, en su oración personal. Dios paga con la felicidad, ya en esta vida, a quien cumple con amor esos deberes para con sus padres, aunque alguna vez puedan resultar costosos. El Siervo de Dios Josemaría Escrivá de Balaguer solía llamar a este mandamiento el «dulcísimo precepto del Decálogo», porque es una de las más gratas obligaciones que el Señor nos ha dejado.
F.F. CARVAJAL