-
I. La ayuda a las almas del Purgatorio, una verdad vivida en la Iglesia desde los primeros tiempos.
En este mes de noviembre la Iglesia, como buena Madre, multiplica los sufragios por las almas del Purgatorio y nos invita a meditar sobre el sentido de la vida a la luz de nuestro fin último: la vida eterna, a la que nos encaminamos deprisa.
La liturgia nos recuerda que a las almas que se purifican en el Purgatorio llega el amor de sus hermanos de la tierra, que se puede merecer por ellas y acortar esa espera del Cielo. La muerte no destruye la comunidad fundada por el Señor, sino que la perfecciona. La unión en Cristo es más fuerte que la separación corporal, porque el Espíritu Santo es un poderoso vínculo de unión entre los cristianos. Hasta ellos fluye el amor y la fidelidad de los que peregrinan por la tierra llevándoles alegría y acortando ese poco espacio que todavía les separa de la bienaventuranza eterna; y esto, aunque no se intente expresamente. Si se quiere conscientemente, esa corriente de amor y alegría hacia ellos es mayor aún.
En la Liturgia de las Horas leemos hoy la narración de una batalla que los israelitas ganaron con la ayuda divina. Al día siguiente de la victoria, cuando Judas Macabeo mandó recoger los cuerpos de los soldados caídos en la lucha, se descubrió que habían muerto aquellos que entre sus ropas llevaban objetos consagrados a los ídolos de los pueblos vecinos. Al ver esto, todos bendijeron al Señor, justo Juez, que descubre las cosas ocultas. Judas Macabeo mandó entonces hacer una colecta, y recogieron dos mil dracmas, que envió a Jerusalén para ofrecer sacrificios por el pecado. Porque concluye el autor sagrado obra santa y piadosa es orar por los difuntos (...), para que sean absueltos de sus pecados.
Innumerables epitafios y muchos textos atestiguan que la Iglesia, desde los primeros tiempos, «conservó con gran piedad el recuerdo de los difuntos y ofreció sufragios por ellos» , con el pleno convencimiento de que podía aliviar las penas de las almas del Purgatorio. Pues «si los hombres de Matatías expiaron con oblaciones los crímenes de aquellos que cayeron en el combate después de haber obrado impíamente comenta San Efrén , ¡cuánto más los sacerdotes del Hijo expían, con santas ofrendas y la oración de su boca, los pecados de los difuntos!».
Tanto arraigó entre los primeros cristianos la costumbre de pedir por los difuntos que muy pronto se estableció un lugar fijo dentro de la Misa para recomendarlos a Dios, incluso por sus nombres: acuérdate, Señor, de tus hijos N. y N., que nos han precedido en el signo de la fe y duermen el sueño de la paz. A ellos, Señor, y a cuantos descansan en Cristo, te rogamos les concedas el lugar del consuelo, de la luz y de la paz. En otra Plegaria Eucarística podemos leer: Acuérdate también de nuestros hermanos que durmieron con la esperanza de la resurrección y de todos los que han muerto en tu misericordia; admítelos a contemplar la luz de tu rostro. Estos términos empleados en la liturgia de la Misa provienen muy probablemente de los epitafios de los sepulcros de las catacumbas: «con el signo de la fe», «con el sueño de los justos», «lugar de refrigerio», son fórmulas que se encuentran en los cementerios romanos de los primeros siglos y en las Actas de los Mártires.
Esta verdad la de poder interceder por quienes nos precedieron , admitida desde siempre por el pueblo cristiano, fue declarada solemnemente como verdad de fe.
Nosotros, mientras hacemos este rato de meditación, podemos recordar a esas personas que ya han muerto y que siguen estando unidas a nosotros por fuertes vínculos. Examinemos hoy cómo es nuestra oración por ellos. No olvidemos que se trata de una gran obra de misericordia muy grata al Señor.
F.F. CARVAJAL