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I. El Señor cultivó las virtudes normales de la convivencia.
El Evangelio de la Misa de hoy muestra la decepción de Jesús ante unos leprosos curados, que no volvieron para dar las gracias. Sólo regresó un samaritano de los diez que habían sanado por la misericordia de Jesús. ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino sólo este extranjero? Se nota en estas palabras del Señor un acento de desencanto. Lo menos que podían haber hecho aquellos hombres era agradecer un don tan grande. Jesús se conmueve ante el reconocimiento de las personas y se duele del egoísta que sólo sabe recibir. La gratitud es señal de nobleza y constituye un lazo fuerte en la convivencia con los demás, pues son innumerables los beneficios que recibimos y también los que proporcionamos a otros. San Beda señala que fue precisamente la gratitud la que salvó al samaritano.
Jesús no fue indiferente a las muestras de educación y de convivencia normales que se dan entre los hombres y que expresan la calidad y la finura interior de las personas. Ante Simón el fariseo, que no tuvo con Él las muestras habituales de hospitalidad, lo manifestó abiertamente. Jesucristo, con su vida y su predicación, reveló el aprecio por la amistad, la afabilidad, la templanza, el amor a la verdad, la comprensión, la lealtad, la laboriosidad, la sencillez... Son numerosos los ejemplos y parábolas de la vida corriente en los que se puede observar el gran valor que da a estas virtudes necesarias para la convivencia. Así vemos cómo forma a los Apóstoles no sólo en la virtud de la fe y de la caridad, sino en la sinceridad y nobleza, y en la ponderación del juicio. Tan importantes considera estas virtudes humanas, que les llegará a decir: si no entendéis las cosas de la tierra, ¿cómo entenderéis las celestiales? Cristo, perfecto Dios y Hombre perfecto, nos da ejemplo de ese cúmulo de cualidades bien entrelazadas, que compete vivir a cualquier hombre, a cualquier mujer, en sus relaciones con Dios, con sus semejantes y consigo mismo. De Él se pudo proclamar: bene omnia fecit, que todo lo hizo bien; no sólo los milagros en los que manifestó su omnipotencia divina, sino las manifestaciones normales de una vida corriente. Lo mismo se ha de poder afirmar de cada uno de nosotros, que queremos seguirle en medio del mundo.