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7 octubre 2026

PADRE NUESTRO

I. La oración del Señor.

Los discípulos veían muchas veces cómo Jesús se retiraba a solas y permanecía largo tiempo en oración; en ocasiones, noches enteras. Por eso, un día leemos en el Evangelio de la Misa , al terminar el Maestro su oración, se dirigieron a Él y le dijeron con toda sencillez: Señor, enséñanos a orar.
De labios de Jesús aprendieron entonces aquella plegaria el Padrenuestro que millones de bocas, en todos los idiomas, habrían de repetir tantas veces a lo largo de los siglos. Son unas pocas peticiones que el Señor enseñaría también en otras ocasiones, y quizá por eso difieren los textos de San Lucas y de San Mateo y un modo completamente nuevo de dirigirse a Dios. Hay en estas peticiones «una sencillez tal, que hasta un niño las aprende, y a la vez una profundidad tan grande, que se puede consumir una vida entera en meditar el sentido de cada una de ellas».
La primera palabra que, por expresa indicación del Señor, pronunciamos es Abba, Padre. Los primeros cristianos quisieron conservar, sin traducirla, la misma palabra aramea que utilizó Jesús: Abba, y es muy probable que así pasara a la liturgia más primitiva y antigua de la Iglesia. Este primer vocablo ya nos sitúa en el clima de confianza y de filiación en el que nos debemos dirigir siempre a Dios. El Señor omitió otras palabras enseña el Catecismo Romano «que podían causarnos al mismo tiempo temor, y sólo empleó aquella que inspira amor y confianza a los que oran y piden alguna cosa; porque, ¿qué cosa hay más agradable que el nombre de padre, que indica ternura y amor?». Esta palabra -Abba- utilizada por Jesús es la misma con la que los niños hebreos se dirigen familiar y cariñosamente a sus padres de la tierra. Y fue éste el término elegido por Jesús como el más adecuado para invocar al Creador del Universo: Abba!, ¡Padre!
El mismo Dios que trasciende absolutamente todo lo creado está muy próximo a nosotros, es un Padre estrechamente ligado a la existencia de sus hijos, débiles y con frecuencia ingratos, pero a quienes quiere tener con Él por toda la eternidad. Hemos nacido para el Cielo. «A las demás criaturas enseña Santo Tomás de Aquino les dio como donecillos; a nosotros, la herencia. Esto, por ser hijos; al ser hijos, también herederos. ¡No habéis recibido un espíritu de esclavitud, para caer de nuevo en el temor, sino un espíritu de hijos, que nos hace gritar Abba!, Padre!.
Cuando rezamos el Padrenuestro, y muchas veces a lo largo del día, hemos de saborear esta palabra llena de misterio y de dulzura, Abba, Padre, Padre mío... Y esta oración influirá de una manera decisiva a lo largo del día, pues «cuando llamamos a Dios Padre nuestro tenemos que acordarnos de que hemos de comportarnos como hijos de Dios».
F.F. CARVAJAL