-
I. Parábola de la viña.
La liturgia de la Misa, a través de una de las más bellas alegorías, nos habla del amor de Dios por su pueblo y de la falta de correspondencia de éste. La Primera lectura recoge la llamada canción de la viña y describe a Israel como una plantación de Dios, llena de todos los cuidados posibles. Voy a cantar a mi amado el canto de la viña de sus amores. Tenía mi amado una viña en un fértil collado. La cavó, la descantó y la plantó de vides selectas. Edificó en medio de ella una torre, e hizo en ella un lagar, esperando que le daría uvas, pero le dio agrazones. Puesta en el mejor lugar, con los mejores cuidados, lo normal era que diera buenos frutos, pero la viña produjo uvas agrias. Ahora, pues, vecinos de Jerusalén y varones de Judá continúa el Profeta , juzgad entre mí y mi viña. ¿Qué más podía hacer yo por mi viña que no lo hiciera? ¿Cómo esperando que diera uvas, dio agrazones?
Palestina era un lugar rico en viñedos, y los profetas del Antiguo Testamento recurrieron con frecuencia a esta imagen, tan conocida por todos, para hablar del pueblo elegido. Israel es la viña de Dios, la obra del Señor, la alegría de su corazón: Yo te había plantado de la cepa selecta; Tu madre era como una vid plantada a orillas de las aguas ... El mismo Señor, como se lee en el Evangelio de la Misa, refiriéndose al texto de Isaías, nos revela la paciencia de Dios, que manda uno tras otro en busca de frutos a sus mensajeros, los profetas del Antiguo Testamento, para terminar enviando a su Hijo amado, al mismo Jesús, al que matarían los viñadores. Y, agarrándolo, lo echaron fuera de la viña y lo mataron. Es una referencia clara a la crucifixión, que tuvo lugar fuera de los muros de Jerusalén.
La viña es ciertamente Israel, que no correspondió a los cuidados divinos, y también lo somos la Iglesia y cada uno de nosotros: «Cristo es la verdadera vid, que comunica vida y fecundidad a los sarmientos, que somos nosotros, que permanecemos en Él por medio de la Iglesia, y sin Él nada podemos hacer (Jn 15, 1-5)».
Meditemos hoy junto al Señor si encuentra frutos abundantes en nuestra vida; abundantes, porque es mucho lo que se nos ha dado. Frutos de caridad, de trabajo bien hecho, de apostolado con amigos y familiares, jaculatorias, actos de amor a Dios y de desagravio a lo largo del día, contradicciones bien aceptadas, pequeños servicios a quienes comparten el mismo trabajo o el mismo hogar. Examinemos también si, a la vez, somos origen de esas uvas agrias que son los pecados, la tibieza, la mediocridad espiritual aceptada, las faltas de las que no hemos pedido perdón al Señor...
F.F. CARVAJAL