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25 enero 2026

TIEMPO PARA DIOS. El tiempo que se dedica a Dios no es un tiempo que se roba a los demás

El tiempo que se dedica a Dios no es un tiempo que se roba a los demás

Para perseverar en la oración, hay que estar firmemente convencido (desenmascarando algunas acusaciones de culpabilidad basadas en un equivocado sentido de la caridad) de que el tiempo que se da a Dios nunca es un tiempo robado a los otros, robado a los que necesitan de nuestro amor y nuestra presencia. Al contrario, como hemos dicho antes, la fidelidad a estar presentes ante Dios garantiza nuestra capacidad de estar presentes ante los demás y de amarlos realmente. La experiencia nos lo demuestra: junto a las almas de oración encontramos el amor más atento, más delicado, más desinteresado, más sensible al dolor de los otros, más capaz de consolar y de reconfortar. ¡La oración nos hará mejores y los que nos rodean no se quejarán de ello!
En este ámbito de las relaciones entre la vida de oración y la caridad hacia el prójimo aparecen numerosas inexactitudes que han apartado a muchos cristianos de la contemplación con las consiguientes consecuencias dramáticas. Habría mucho que decir sobre esto. Veamos simplemente un texto de san Juan de la Cruz con objeto de poner en orden las ideas sobre este tema y librar de culpa a los cristianos que, como es absolutamente lícito, desean consagrar largo tiempo a la oración.

«Adviertan, pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios, dejado aparte el buen ejemplo que de sí darían, si gastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración, aunque no hubiesen llegado a tan alta como ésta. Cierto, entonces harían más y con menos trabajo con una obra que con mil, mereciéndolo su oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales en ella; porque, de otra manera, todo es martillar y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño.
Porque Dios os libre que se comience a envanecer la sal (Mt 5, 13; Mc 9, 50; Lc 14, 34-35) que, aunque más parezca que hace algo por de fuera, en sustancia no será nada, cuando está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios.
¡Oh, cuánto se pudiera escribir aquí de esto! Mas no es de este lugar» (Cántico espiritual, B, estrofa 29).