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MARIA, MADRE DE LA UNIDAD
I. Madre de la unidad en el momento de la Encarnación.
Saldrás con júbilo al encuentro de los hijos de Dios, Virgen María, porque todos se reunirán para bendecir al Señor del mundo. La Iglesia, llevada por un ferviente deseo de congregar en la unidad a los cristianos y a todos los hombres, suplica a Dios, por intercesión de la Virgen, que todos los pueblos se reúnan en un mismo pueblo de la nueva Alianza. La Iglesia está persuadida de que la causa de la unidad de los cristianos está íntimamente relacionada con la Maternidad espiritual de la Santísima Virgen María sobre todos los hombres, y de modo particular sobre los cristianos. El Papa Pablo VI la invocó en diversas ocasiones con el título de Madre de la unidad. Juan Pablo II dirigía a Nuestra Señora esta oración llena de amor y de confianza: «Tú que eres la primera servidora de la unidad del Cuerpo de Cristo, ayúdanos, ayuda a todos los fieles, que sienten tan dolorosamente el drama de las divisiones históricas del cristianismo, a buscar continuamente el camino de la unidad perfecta del Cuerpo de Cristo mediante la fidelidad incondicional al Espíritu de Verdad y de Amor...».
La Iglesia nació en cierto modo con Cristo y creció ya en la casa de Nazaret juntamente con Él, puesto que la Iglesia, en su realidad invisible y misteriosa, es el mismo Cristo místicamente desarrollado y vivo en nosotros. Y María, por su divina maternidad, es Madre de la Iglesia entera desde sus comienzos. Todos formamos un solo Cuerpo, y María es Madre de ese Cuerpo místico. ¿Y qué madre va a permitir que sus hijos se separen y se alejen de la casa paterna? ¿A quién recurrir con más seguridad de ser escuchados que a Santa María, Madre? San Bernardo, en una página bellísima, nos describe a todas las creaturas invocando a María para que en la Anunciación pronunciara el fiat, el hágase, que había de traer la salvación para todos. Cielo y tierra, pecadores y justos, presente, pasado y futuro se congregan en Nazaret en torno a María. Cuando Nuestra Señora dio su consentimiento, se hizo realidad su Maternidad sobre Cristo y sobre la Iglesia y, en cierto modo, sobre toda la creación. El pecado había disgregado la unidad del género humano y perturbado todo el orden del Universo. María fue la criatura escogida para hacer posible la Encarnación del Hijo de Dios y, con su consentimiento, fue también causa de la recapitulación de todas las cosas que Cristo habría de llevar a cabo a través de la Redención.
La Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, tuvo en la Encarnación y, por consiguiente, en el seno mismo de María el principio primero de su unidad. La Virgen Santísima fue la Madre de la unidad de la Iglesia en su más profunda realidad, pues dio la vida a Cristo en su seno purísimo. Cristo, «autor de la fe íntegra y amante de la unidad, eligió para sí una Madre incorrupta de alma y cuerpo y quiso como Esposa a la Iglesia una e indivisa».
F.F. CARVAJAL