Página inicio

-

Agenda

8 septiembre 2026

COMENTARIO AL SALMO II

Ignacio Domínguez
Servir temblando de amor

In timore... in tremore... Con estas palabras se nos da la recta canalización de nuestro servicio a Dios.
Para entenderlo bien, es necesario pararse a reflexionar haciendo oración.
San Pablo dice que debemos buscar nuestra salvación con temor y temblor: cum timore et tremo- re vestram salutem operamini (Filip 2, 12). Justo lo que nos manda el Salmo 2. Y es que, así como hay el servicio del criado y el servicio del hijo, hay también el temor servil y el temor filial. De este último trata el Salmo 2. Por eso, Ludolfo de Sajonia comenta diciendo que se nos pide sirvamos a Dios con espíritu casto y filial: animo casto e filiali: Y tal es el significado del temor y el temblor.
La Sagrada Escritura y los autores espirituales hablan a menudo de este temor reverencial, «que es veneración del hijo para su padre, nunca temor servil, porque el Padre Dios no es un tirano» (Camino, n. 435):
es cariño en los detalles: El que teme a Dios, nada descuida (Ecles 7, 19). O, por decirlo con palabras de santa Teresa de Jesús, «cuando ya llega el alma a contemplación, el temor de Dios anda muy al descubierto, como el amor: y no va disimulado ni aún en lo exterior. Aunque mucho con aviso no miréis a esas personas, no las veréis andar descuidadas... Este temor es el que yo deseo que nunca se quite de nosotras, que es lo que nos ha de valer».
es prenda de la infinita misericordia de Dios: Dice el salmista que la misericordia divina se remansa sobre aquellos que viven este santo temor filial (Sal 102, 17).
está en profunda relación con la sabiduría: Corona sapientiae timere Deum (Ecles 1, 22): ese temor de Dios es corona de Sabiduría.
Los insensatos, los necios, dicen: No hay Dios (Sal 31, 1).
Pero el hombre inteligente, sabio, prudente, co¬noce sus malas inclinaciones. Y teme. Y reza: confige, Domine, timore tuo, carnes meas: a iuditiis tuis timui (Sal 118, 120): pienso en tu juicio, Señor: la risa, la burla, la ira, el furor, contra todos los que se levantan contra mí... Traspasa mis carnes, Dios mío, con el temor filial —el temor de Dios echa fuera el pecado (Ecles 1, 27)—, para que nunca llegue a ofenderte.
El demonio es enemigo del alma: incita a la rebeldía, a romper el yugo suavísimo de Cristo... Eritis sicut Deus: seréis como Dios (Gén 3, 15). Esa fue la tentación del Edén. Y la sigue empleando a lo lar¬go de los siglos: que los hombres se embravezcan y mediten planes vanos, que se alíen y pongan de acuerdo adversus Dominum et adversus Christum eius... ¡contra Dios!
Pero esa actitud lleva a la perdición: y se estre¬lla contra la risa y el escarnio de Dios. Por eso, el salmista hace un llamamiento a la sensatez: Servite Domino in timore..., pues quien camina en el temor de Dios, aunque esté rodeado de hom¬bres perversos, no teme en absoluto: el temor de Dios le da valor para acometer empresas que, a la mayoría, le parecen imposibles. Como un gigante entre enanos, como un león entre zorros, así avan¬za confiado el hombre marcado por el temor san¬to de Dios: la firmeza de su resolución paraliza a sus adversarios y los llena de espanto: porque su palabra, traspasada de sabiduría, es como cetro de hierro —virga ferrea— con la que rige a los pueblos (Simeón el Teólogo, Opúsculos teológicos, I, 38).
El demonio, enemigo del alma, intenta cada día apartarnos de Dios.
¿Remedio? «Ama a la Señora. Y Ella te obten¬drá gracia abundante para vencer en esta lucha cotidiana. Y no servirán de nada al maldito esas cosas perversas, que suben y suben, hirviendo den¬tro de ti, hasta querer anegar con su podredum¬bre bienoliente los grandes ideales, los mandatos sublimes que Cristo mismo ha puesto en tu corazón —"Serviam!"» (Camino, n. 493).
De rodillas, besando el suelo... Serviam! Te serviré, Dios mío... como la Virgen: ancilla Domini, esclava del Señor.