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17 julio 2026

LA PASCUA DEL SEÑOR

I. La Pascua judía.
La Pascua era la más solemne de las fiestas judías; había sido instituida por Dios para conmemorar la salida del pueblo hebreo de Egipto y para que recordara cada año la liberación de la esclavitud a la que había estado sometido. El Señor estableció que todas las familias inmolaran en la víspera de esta fiesta un cordero de un año, sin mancha ni defecto alguno. Se reuniría toda la familia para comer esa carne asada al fuego, con panes ácimos, sin levadura, y con hierbas amargas. Este pan sin fermentar simboliza la prisa de su salida de Egipto, huyendo de los ejércitos del faraón; las hierbas amargas representan la amargura de la esclavitud tantos años padecida. Lo habrían de comer con prisa, como quien está de paso, con el traje ceñido, como el que se dispone a emprender un largo camino.
La fiesta comenzaba con esta cena pascual, la tarde del 14 del mes de Nisán, poco después de la puesta del sol, y se prolongaba siete días más, en los que el pan no tenía levadura y estaba sin fermentar; a esta semana se la llamaba de los Azimos por este motivo. La levadura se eliminaba de las casas el mismo día 14 por la tarde; así recordaba el pueblo hebreo aquella salida precipitada de la tierra en la que tanto había padecido.
Todo era figura e imagen de la renovación que obraría Cristo en las almas y de su liberación de la esclavitud del pecado. Echad fuera la levadura vieja -dirá San Pablo a los primeros cristianos de Corinto , para que seáis una masa nueva así como sois ázimos. Porque Cristo, nuestro Cordero pascual, fue inmolado. Por tanto, celebremos la fiesta no con levadura vieja ni con levadura de malicia y de perversidad, sino con ázimos de sinceridad y de verdad. El cordero pascual de la fiesta judía era promesa y figura del verdadero Cordero, Jesucristo, víctima en el sacrificio del Calvario en favor de la humanidad entera. Él es el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo, muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida. Es el Cordero que, con su sacrificio voluntario, consigue lo que se representaba en los sacrificios de la antigua Ley: satisfacer por los pecados.
El sacrificio de Cristo en la Cruz, renovado cada vez que se celebra la Santa Misa, nos permite vivir ya en una continua fiesta. Por eso exhortaba San Pablo a los corintios a que expurgaran la vieja levadura, símbolo de lo viejo y de lo impuro, para llevar una auténtica vida cristiana. La Santa Misa, vivida también a lo largo del día, nos anticipa la gloria del Cielo. Después de tantos bienes recibidos, «¿podéis no estar en fiesta continua durante los días de vuestra vida terrestre? -pregunta San Juan Crisóstomo-. Lejos de nosotros cualquier abatimiento por la pobreza, la enfermedad o las persecuciones que nos agobian. La vida presente es un tiempo de fiesta», un adelanto de lo que serán la gloria y la felicidad eternas.
F.F. CARVAJAL