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De la “oración de Jesús”
Es el caso de la «oración de Jesús»: la experiencia de que la oración fluye por sí misma en el corazón, sumergiéndolo en un estado de paz, de contento, de amor. En el caso de la meditación, el inicio de esta nueva etapa se manifiesta con frecuencia en una especie de aridez, una incapacidad de reflexionar y una tendencia del alma a permanecer inactiva delante de Dios. Un «no hacer» que no es inercia ni pereza espiritual, sino abandono amoroso.
Esta transformación debe ser considerada un gran favor, también por aquellos que durante largo tiempo han estado acostumbrados a hablar mucho al Señor o a meditar -encontrando en ello su gozo- y para los que tiene algo de decepcionante, pues el alma tiene la impresión de retroceder, de que se empobrece su oración, la sensación de que es incapaz de rezar. Ya no puede orar del modo acostumbrado, es decir, usando su inteligencia, basando su discurso interior en pensamientos, en imágenes, en sentimientos, etc.
En sus obras, san Juan de la Cruz insistirá (e incluso criticará a los directores espirituales que no lo entienden) en convencer a las almas que reciben el regalo de esta gracia de que este empobrecimiento es su verdadera riqueza, y de que no pretendan volver a la meditación a toda costa. Deben limitarse a permanecer ante Dios en una actitud de olvido de ellas mismas con una simple atención amorosa y serena.