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I. Necesidad de la mortificación interior para tener vida sobrenatural.
El Evangelio de la Misa nos relata el diálogo entrañable de aquella noche entre Jesús y Nicodemo. Este hombre se siente removido por la predicación y por los milagros del Maestro y experimenta la necesidad de saber más. Muestra con Jesús gran delicadeza: Rabbí, Maestro mío, le llama.
Nicodemo le pregunta por su misión, quizá todavía con la duda de si es un profeta más o si es el Mesías: sabemos -le dice- que has venido de parte de Dios como Maestro, pues nadie puede hacer los prodigios que tú haces si Dios no está con él. Y el Señor le responde de una manera insospechada; Nicodemo le pregunta por su misión, y Jesús le revela una verdad asombrosa: es preciso nacer de nuevo. Se trata de un nacimiento espiritual por el agua y el Espíritu Santo: es un mundo completamente nuevo el que se abre ante los ojos de Nicodemo.
Las palabras del Señor constituyen también un horizonte sin límites para el adelantamiento espiritual de cualquier cristiano que se deje llevar dócilmente por las inspiraciones y mociones del Espíritu Santo. Porque la vida interior no consiste sólo en adquirir una serie de virtudes naturales o en guardar determinadas formas de piedad. Es una transformación completa y un nacer de nuevo, lo que el Señor nos pide: Tenéis que despojaros del hombre viejo según el cual habéis vivido en vuestra vida pasada, anunciaba San Pablo a los fieles de Éfeso.
Esta transformación interior es ante todo obra de la gracia en el alma, pero requiere también nuestra colaboración a través de una mortificación de la inteligencia, de los recuerdos, de la imaginación..., cuyo fruto es la purificación de nuestras potencias, necesaria para que la vida de Cristo se desarrolle plenamente en nosotros. Muchos cristianos no avanzan en su trato con Dios, en la oración, por haber descuidado esta mortificación interior, sin la cual la mortificación externa pierde su apoyo.
La imaginación es indudablemente una facultad muy útil, porque el alma, que está unida al cuerpo, no puede pensar sin imágenes. El Señor hablaba a la gente por medio de parábolas, expresando en imágenes las verdades más profundas, y hemos visto que también sigue este camino en la conversación con Nicodemo. Del mismo modo, la imaginación puede ser una gran ayuda en la vida interior, para la contemplación de la vida del Señor, de los misterios del Rosario... «Pero para que sea provechosa y útil, la imaginación ha de ir dirigida por la recta razón esclarecida por la fe. De lo contrario, podría convertirse, como se la ha llamado, en "la loca de la casa"; nos separa de la consideración de las cosas divinas y nos arrastra hacia las cosas vanas, insustanciales, fantásticas y aun prohibidas. En el mejor de los casos nos lleva al ensueño, de donde nace el sentimentalismo tan opuesto a la verdadera piedad».
Dada nuestra condición después del pecado original, el sometimiento de la imaginación a la razón sólo puede conseguirse habitualmente con mortificación, «haciendo que así deje de ser la loca de la casa y se concrete a su fin propio, que es servir a la inteligencia iluminada por la fe».
F.F. CARVAJAL