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2 marzo 2026

LA CONCIENCIA, LUZ DEL ALMA

I. La conciencia ilumina toda la vida. Se puede deformar y endurecer.
Si oís hoy la voz de Dios, no queráis endurecer vuestros corazones, nos repite la liturgia todos los días de este tiempo litúrgico. Y cada día, de formas muy diversas, Dios habla al corazón de cada uno de nosotros.
«Nuestra oración durante la Cuaresma va dirigida a despertar la conciencia, a sensibilizarla a la voz de Dios. No endurezcáis el corazón, dice el Salmista. En efecto, la muerte de la conciencia, su indiferencia en relación al bien y al mal, sus desviaciones son una gran amenaza para el hombre. Indirectamente son también una amenaza para la sociedad porque, en último término, de la conciencia humana depende el nivel de moralidad de la sociedad». La conciencia es la luz del alma, de lo más profundo del ser del hombre, y, si se apaga, el hombre se queda a oscuras y puede cometer todos los atropellos posibles contra sí mismo y contra los demás.
Antorcha de tu cuerpo son tus ojos, dice el Señor. Antorcha del alma es la conciencia, y si está bien formada, ilumina el camino, el camino que termina en Dios, y el hombre puede avanzar por él. Aunque tropiece y caiga, puede levantarse y seguir adelante. Quien ha dejado que su sensibilidad interior se «duerma» o «muera» para las cosas de Dios, se queda sin señales y desorientado. Es la mayor desgracia que le puede ocurrir a un alma en esta vida. ¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal -anuncia el profeta Isaías-, que de la luz hacen tinieblas y de las tinieblas luz, y truecan lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!
Jesús compara la función de la conciencia a la del ojo en nuestra vida. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo está iluminado; pero si tu ojo está enfermo, también tu cuerpo queda en tinieblas. Mira, pues, no sea que la luz que hay en ti sea tinieblas. Cuando el ojo está sano se ven las cosas tal como son, sin deformaciones. Un ojo enfermo no ve o deforma la realidad, engaña al propio sujeto, y la persona puede llegar a pensar que los sucesos y las personas son como ella los ve con sus ojos enfermos.
Cuando alguien sufre un error en los asuntos de la vida diaria, por haber hecho una falsa estimación de los datos, ocasiona perjuicio y molestias, que a veces pueden ser de escasa importancia. Cuando en el error se ve comprometida la vida eterna, la trascendencia no tiene límites.
La conciencia se puede deformar por no haber puesto los medios para alcanzar la ciencia debida acerca de la fe, o bien por una mala voluntad dominada por la soberbia, la sensualidad, la pereza... Cuando el Señor se queja de que los judíos no reciben su mensaje, afirma la voluntariedad de su decisión -no quieren creer- y no pone la causa en una dificultad involuntaria: ésta es más bien consecuencia de su libre negativa: ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis sufrir mi doctrina. Las pasiones y la falta de sinceridad con uno mismo pueden llegar a forzar el entendimiento, para pensar de otra forma más acorde con un tono de vida o con unos defectos y malos hábitos que no se quieren abandonar. No hay entonces buena voluntad, el corazón se endurece y se adormece la conciencia, porque ya no señala la dirección verdadera, la que lleva a Dios; es como una brújula rota que desorienta a la propia persona, y frecuentemente a otras muchas. «El hombre que tiene el corazón endurecido y la conciencia deformada, aunque pueda tener la plenitud de las fuerzas y de las capacidades físicas, es un enfermo espiritual y es preciso hacer cualquier cosa para devolverle la salud del alma».
La Cuaresma es un tiempo muy oportuno para pedirle al Señor que nos ayude a formarnos muy bien la conciencia, y para que examinemos si somos radicalmente sinceros con nosotros mismos, con Dios, y con aquellas personas que en su nombre tienen la misión de aconsejarnos.
F.F. CARVAJAL