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26 enero 2026

LA LUZ EN LAS TINIEBLAS

I. Jesús trae la luz al mundo sumido en la oscuridad. La fe ilumina toda la vida.
Dominus illuminatio mea et salus mea: quem timebo? El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?. Estas palabras del Salmo responsorial son una confesión de fe y una manifestación de nuestra seguridad: fe en el Señor, que es la Luz de nuestras vidas; seguridad, porque en Cristo encontramos las fuerzas necesarias para andar por nuestra senda cotidiana. Luz de luz, decimos en el Credo de la Misa, referido al Hijo de Dios.
La humanidad caminó en tinieblas hasta que la luz brilló en la tierra cuando Jesús nació en Belén, como hemos considerado en las pasadas semanas. Envolvió con su claridad a María y a José, y a los pastores, y a los Magos. Luego, ese lucero brillante de la mañana se ocultó durante años en la pequeña ciudad de Nazaret y llevó la vida normal de sus paisanos. En realidad seguía iluminando la vida de los hombres, pues en los años de Nazaret nos mostraba con ese ocultamiento que la vida corriente puede y debe santificarse. Ahora, después de haber dejado Nazaret y del Bautismo en el Jordán, va a Cafarnaún para dar comienzo a su ministerio público.
San Mateo recoge en el Evangelio de la Misa la profecía de Isaías en la que se dice que el Mesías iluminaría toda la tierra. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló. Como sol apenas amanecido, trae Jesús el resplandor de la verdad del mundo, y una claridad sobrenatural a las inteligencias que no quieren permanecer más en la oscuridad de la ignorancia y del error.
San Mateo narra también que los primeros que ya en la vida pública del Señor, recibieron eficazmente el influjo de esta luz fueron aquellos discípulos a quienes llamó mientras caminaba junto al lago de Galilea. Primero fueron Simeón y Andrés, que eran pescadores. Jesús los llamó y ellos inmediatamente dejaron las redes y le siguieron; y luego a los otros dos hermanos, Santiago y Juan, quienes también lo dejaron todo enseguida y siguieron a Jesús. Estos hombres «experimentaron la fascinación de la luz secreta que emanaba de Él, y sin demora la siguieron para iluminar con su fulgor el camino de su vida. Pero esa luz de Jesús resplandece para todos». Él se acerca a nuestra oscuridad para darle sentido a nuestro vivir: al trabajo diario, al cansancio, a las penas y a las alegrías.
Para muchos personajes que nos muestra el Evangelio, para muchedumbres enteras, la vida de Jesús parece como el relato de un encuentro; estamos a veces en la oscuridad, y la luz está deseando traspasarla. Ahora se está cumpliendo también aquella profecía de Isaías, que recoge la Primera lectura de la Misa: El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo: se gozan en tu presencia como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín. Es la alegría de la fe, que ilumina todos nuestros quehaceres; es la maravilla de Jesús que da sentido a todo lo nuestro.