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Una costumbre cristiana: Las comuniones espirituales. José Manuel Iglesias. Edic. Palabra, Madrid, Folletos MC, nº 338
Un "complemento" de la Misa
Hay una estrecha interrelación y unidad entre el Sacrificio, el Alimento y la Presencia real. Es al mismo tiempo Sacramento-Sacrificio, Sacramento¬-Comunión y Sacramento -Presencia; pero es que, además, en todas las devociones eucarísticas existe una unidad y se puede fácilmente observar que están orientadas hacia la Santa Misa: en el Sagrario visitamos lo que se ha ofrecido en Sacrificio, que es lo que se nos dará más tarde -o ya se nos dio antes- en Comunión.
Por esto se enseña la hilación de la Visita y de las comuniones espirituales -y en general de todo el culto eucarístico fuera de la Misa-, a modo de un «complemento» del Sacrificio: El misterio eucarístico hay que considerarlo en toda su amplitud, tanto en la celebración misma de la Misa como en el culto de las Sagradas especies que se reservan después de la Misa para prolongar la gracia del Sacrificio.
Consecuencia clara de esta doctrina es que quien se acercase frecuentemente a la sagrada Comunión, pero no dedicase al Señor unos minutos para darle gracias, o prescindiese de que Jesús sigue presente en el Sagrario, y no enfocase hacia allí sus afectos, su adoración, su culto y nuevos deseos de recibirle..., caería en un extremo. Por el contrario, quien visitase mucho al Señor, quien estuviese muy pendiente de los Sagrarios y del culto eucarístico, quien desease recibirle espiritualmente, pero tales actos no le sirviesen para apreciar más la Santa Misa -para adorar, dar gracias, invocar, desagraviar- y llevarle a una frecuente y amorosa Comunión sacramental, erraría por el extremo contrario.
En este sentido conviene prestar atención para no caer en tales desviaciones, y para huir de lo que podríamos llamar la «ley de los bandazos», a la que tan proclive parece ser a veceS la naturaleza humana. Hay que estar atentos para no dar «bandazos», le decían a un amigo mío que remaba por primera vez en una pequeña embarcación de río... Al no lograr coordinar bien el remo de babor y el de estribor, el bote se le iba, casi inevitablemente, de una a otra orilla... Bandazos semejantes pudieran ocurrir -desde luego, por falta de formación- en cuestiones religiosas, y en concreto también en el tema que ahora comentamos.
Me interesa hacer ver esto con claridad por si alguno pensase -no lo creo- que lo que se intenta con este escrito -fomentar la práctica de las comuniones espirituales- pudiera suponer algún peligro de apartar a los fieles de la Comunión sacramental. Lo que quiere el Señor -y también es deseo de la Iglesia- es que nos acerquemos a comulgar siempre que estemos bien dispuestos de alma y de cuerpo: en estado de gracia y observando el preceptivo ayuno eucarístico.
El Fundador del Opus Dei nos animaba a hacerla en una de sus homilías con estas palabras: «comulgad con hambre, aunque estéis helados, aunque la emotividad no responda; comulgad con fe, con esperanza, con encendida caridad».
Lo mismo hemos de suscitar con las continuas comuniones espirituales: Más hambre, más fe, más esperanza, más amor...
Pensemos que comulgar es vivir identificado con alguien. Cuando alguno no simpatiza con nuestra opinión es fácil que nos diga: Yo no comulgo con tus ideas... Las comuniones espirituales habrán de llevarnos a «comulgar», a «simpatizar» más con el Señor, a amar y valorar cada vez más la Presencia de Cristo en la Eucaristía. Porque comulgar con Cristo, recibirle, o desear recibirle, es identificarse con El.
El hambre de Eucaristía que surge de las comuniones espirituales debe llevamos, para que sea verdadera y auténtica, a comulgar sacramentalmente con más frecuencia y con más amor... Y a su vez, las exigencias del Amor suscitarán nuevas y más fervientes ansias de unión con Jesús: deseamos tener lo que amamos, a quien primero nos amó, al mismo Jesucristo. Deseos que nacen del Amor que nos tiene y que le tenemos, y al mismo tiempo producen más Amor...