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12 septiembre 2025

La Pasión

MONASTERIO. Relatos a la sombra de la Cruz

Viernes de Dolores
Mientras duró aquel terrible suplicio de la flagelación no me separé ni un segundo de María. Traté de que se apoyara en mi mano y ella agradeció el gesto abrazándome con fuerza como si fuese su hijo.
Enseguida noté el calor de sus lágrimas, que llegaron a empapar mi túnica. Los sollozos, apenas apreciables por los demás, se clavaban en mis oídos como puñales. No me atrevía a mirarla; tan grande era su dolor; pero vi las gotas de sangre, las mismas que cayeron del rostro de Jesús en Getsemaní, repetidas en la frente de mi Señora.
No sabía lo que hacía. Tomé un pañuelo húmedo y traté de recoger aquella sangre. María se dejó limpiar mientras me hablaba al oído:
-Juan, llora por mí y por ti. Yo me he quedado sin lágrimas.
Jesús fue conducido de nuevo al Pretorio y, por un instante, me separé de María. Busqué con la mirada a los demás; pero solo vi a mi hermano Santiago, que huía despavorido.
-Todo ha terminado -me dijo con un gesto de horror que nunca olvidaré-. Dicen que Pedro nos ha traicionado...
-Pedro jamás nos traicionará -le respondí gritando-. Le he visto abrazado a María y le pedía perdón.
De pronto vimos salir a Jesús. Coronado de espinas, con la cruz al hombro y rodeado de soldados se dirigía hacia el Calvario para ser crucificado. La multitud vociferante y blasfema era su único cortejo.
¿Y María? ¿Dónde estaba mi Señora?
-Estoy aquí, Juan. Tengo que pedirte algo.
-Lo que quieras, madre; ya sabes que...
-Tengo que acompañar a mi Hijo y estar con él junto a la cruz. Debo hacerlo, pero tengo miedo. Necesito un hombre fuerte como tú que me acompañe y me defienda de los soldados y de estas pobres gentes que no saben lo que hacen. No puedo pedírselo a nadie más: Pedro, Andrés y los otros son ya adultos, y los soldados no les dejarán acercarse a los crucificados. Ellos están allí para eso; para que nadie trate de liberarlos o de
provocar un incidente.
-¿Entonces, yo...?
-Tú eres ya un hombre; tienes 16 años, pero con esa carita de niño todos pensarán que eres mi hijo, el hermano pequeño de Jesús. Y a las madres, a las esposas y a los niños les dejan estar a los pies de los reos. ¿Quieres ser mi acompañante y mi escudo? ¿Me protegerás?
Me tomó de la mano y comenzamos a caminar. Yo sacaba pecho y trataba de mirar a la turba con gesto firme y un poco desafiante; pero, cuando llegamos a lo alto, empecé a comprender que no fui yo quien llevó a María al pie de la Cruz. Ella me engañó llevándome de la mano para que estuviera cerca de Jesús en esa hora.
¡Pobre de mí! Temblaba como una hoja. María, en cambio, resplandecía como una reina.