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7 agosto 2025

La Eucaristía

Una costumbre de siempre: la acción de gracias. José Manuel Iglesias. Edic. Palabra, Madrid, Folletos MC, nº 370

Las comuniones espirituales
Contaba el Fundador del Opus Dei que desde muy temprana edad le enseñaron a hacer comuniones espirituales cuando se preparaba para hacer la Primera Comunión. Le preparaba un viejo escolapio, «hombre piadoso, sencillo y bueno. El me enseñó la oración de la comunión espiritual.
Esta oración es hoy familiar a miles de personas en el mundo entero:
-Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre; con el espíritu y fervor de los Santos».
El gran amor que Mons. Escrivá de Balaguer tuvo siempre a esta devoción eucarística le llevó a escribir en Camino la frase con la que encabezo estas líneas, y a difundir así la comunión espiritual en millones de almas. Su acendrado amor a la Eucaristía hizo que esta costumbre piadosa pasase a ser vivida por muchos cristianos de todas las edades y de las más diversas condiciones.
Ya desde ahora deseo afirmar que la comunión espiritual surge del deseo de estar muy unidos a Jesucristo y tiene su raíz en el santo Sacrificio de la Misa. Tiende por naturaleza a prolongar, de algún modo, la santa Misa: «¿no deberíamos convertir todo nuestro día en una Eucaristía continua?». Así lo hace ver la enseñanza magisterial y teológica de la Iglesia y la piedad de tantas almas que supieron y saben tratar a Dios con estas devociones recias y piadosas, propias de gente que sabe querer.
La idea de elaborar este folleto surgió al reflexionar sobre la naturaleza de la comunión espiri-tual, su formulación histórica, su fundamento doctrinal; el modo de practicar esta devoción, sus frutos y efectos... Persigo con estas páginas que -sencillamente- calemos más en su conocimiento para que luego podamos vivida mejor.
Sepa, pues, ya el lector que no es ésta una «devocioncilla» intrascendente. Su razón de ser se apoya en la más recta teología eucarística: se deriva –y se fundamenta- en el santo Sacrificio del Altar; la espiritualidad cristiana unánimemente la recomienda y con seguridad trata de fomentada porque previamente el Magisterio solemne de la Iglesia la especificó y la clarificó.
A ti y a mí -como a lo largo de los tiempos lo han hecho tantos que quisieron acercarse más a Jesucristo, Pan vivo- pienso que nos vendrá bien conocer mejor esta devoción y practicada muy a menudo, poniendo en su ejercicio una fe viva y una caridad ardiente, y poder así -con alma de apóstol- enseñar a otros a vivirla, puesto que: «No hay actividad alguna que pueda anteponerse, ordinariamente, a ésta de enseñar y hacer amar y venerar a la Sagrada Eucaristía».
Hoy especialmente urge exigir a los fieles que se acercan al Sacramento del Altar mejores disposiciones interiores para que la Comunión sacramental produzca sus frutos: «El alma se llene de gracia. y nos vaya conduciendo a la vida eterna».
No debemos contentamos con estar exentos de pecado mortal. Comulgar sin estar en gracia de Dios sería un grave sacrilegio. Si nos falta la debida preparación: atenta, devota, delicada, impedimos --en mayor o menor medida- que la virtud del Sacramento actúe en nosotros.
No olvidemos que «lo reciben los buenos y los malos, mas con suerte desigual: a unos sirve de vida, a otros de muerte...» 5, y que «comer indignamente el Pan eucarístico hace al hombre reo de la condenación». Pero tampoco -por creer que nos falta preparación- dejemos fácilmente de comulgar. Si estamos en gracia y nos mueve el amor a Dios, si queremos mejorar y trabajar por Dios, si luchamos para hacer el bien a los que nos rodean,..; todo eso ya es una buena preparación. Aunque el ansia de alimentarnos e identificamos con Jesús nos llevará a recorrer esos como cuatro escalones que gustaba distinguir a Mons. Escrivá de Balaguer: «buscarle, encontrarle, tratarle, amarle. Quizá comprendéis que estáis como en la primera etapa. Buscadlo con hambre (...). Si obráis con este empeño, me atrevo a garantizar que ya lo habéis encontrado, y que habéis comenzado a tratarlo y a amarlo...».
¡Ojalá que al vivir bien la comunión espiritual-hasta hacerla en nosotros costumbre frecuente- pueda ayudarnos, de forma muy eficaz, a sacar los mejores frutos sobrenaturales del santo Sacrificio de la Misa, al que habitualmente asistimos, y de las comuniones sacramentales que recibimos...!