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6 agosto 2025

En diálogo con el Señor (1ª parte)

San Josemaría. En diálogo con el Señor (ed. crítica)

9ª. EL CAMINO NUESTRO EN LA TIERRA (26/XI/1967) (4 de 5)
5b Así el alma se enciende con las luces alcanzadas del Cantar: «Surgam et circuibo civitatem»; me alzaré y rodearé la ciudad... Y no sólo la ciudad: «Per vicos et plateas quaeram quem diligit anima mea», buscaré al que ama mi alma por las calles y las plazas... Correré de una parte a otra del mundo -por todas las naciones, por todos los pueblos, por senderos y trochas- para buscar la paz de mi alma. Y la encuentro en las cosas que vienen de fuera, que no me son estorbo; que son, al contrario, vereda y escalón para acercarme más y más, y más y más unirme a Dios.
5c Y cuando llega la época -que tiene que llegar, con mayor o menor fuerza- de los contrastes, de la lucha, de la tribulación, de la purgación pasiva, nos pone el salmista en la boca y en la vida aquellas palabras: «Cum ipso ero in tribulatione», con El estoy en el tiempo de la adversidad. ¿Qué vale, Jesús, ante tu Cruz la mía; ante tus Llagas mis rasguños? ¿Qué vale, ante tu Amor inmenso, puro e infinito, esta pobrecita cruz que has puesto Tú en mi alma? Y los corazones vuestros, y el mío, se llenan de un celo santo: « Ut nuntietis ei quia amore langueo», para que le digáis que muero de amor. Es una enfermedad noble, divina: ¡somos los aristócratas del Amor en el mundo!, puedo decir con la expresión de un viejo amigo mío.

5c Cruz la mía Crol972,l30 ] cruz la mía EdcS,84.
«¿Qué vale, ante tu Amor inmenso»...-, la grabación permite apreciar que san Josemaría desarrolló esta frase de una forma ligeramente diferente, también sugestiva, jugando con la metáfora del fuego y la luz, en vez de referirse a la cruz, de la que estaba hablando: «Ante tu Amor inmenso, como una hoguera infinita, esta pobrecica luz que has puesto Tú en mi alma. Pero si yo, junto a mi luz, a la hoguera, ¡soy hoguera! Y los corazones, los vuestros y el mío, se llenan de un celo santo, nuntiate Deo!».
«aristócratas del Amor en el mundo»: la expresión proviene de un verso de fray Justo Pérez de Urbel, monje benedictino de Silos y buen amigo de san Josemaría. Se encuentra en la poesía titulada El ciprés del claustro (publicada en el diario ABC [28-X-1923], p. 9). El verso dice así, refiriéndose a los monjes de aquel monasterio: «Y un día dedujiste ciprés meditabundo / que eran los aristócratas de amor en el mundo». San Josemaría no tuvo inconveniente en tomar prestada esta expresión de su amigo, para aplicarla a todo cristiano y a los miembros del Opus Dei en particular, cuya vida debe estar plenamente orientada hacia el Amor de Dios, aunque no sean monjes. Otros poetas han dedicado sus versos al mismo árbol: es famoso el soneto de Gerardo Diego titulado El ciprés de Silos, escrito el 4 de julio de 1924.
5d No vivimos nosotros, sino que es Cristo quien en nosotros vive. Hay una sed de Dios, un deseo de buscar sus lágrimas, sus palabras, su sonrisa, su rostro... No encuentro mejor modo de decirlo que volviendo a emplear las frases del salmo: «Quemadmodum desiderat cervus ad fontes aquarum», como el ciervo desea las fuentes de las aguas, así te anhela mi alma, ¡oh Dios mío!
5e Paz. Sentirse metidos en Dios, endiosados. Refugiarse en el Costado de Cristo. Saber que cada uno, con ansias, espera el amor de Dios: del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Y el celo apostólico se enciende, aumenta cada día, porque el bien es difusivo. Queremos sembrar en el mundo entero la alegría y la paz, regar todas las almas con las aguas redentoras que brotan del Costado abierto de Cristo, hacer todas las cosas por Amor. Entonces no hay tristezas, ni penas, ni dolores: desaparecen en cuanto se acepta de veras la voluntad de Dios, en cuanto se cumplen con gusto sus deseos, como hacen los hijos fieles, aunque los nervios se rompan y el suplicio parezca insoportable.

5e «el bien es difusivo»: es una cita implícita de santo Tomás de Aquino (STh, I-II, q. 2, a. 3).
6a Hijos míos, os repito que no estoy hablando de un camino extraordinario. Lo más extraordinario, para nosotros, es la vida ordinaria. Esta es la contemplación, a la que debemos llegar todos los socios del Opus Dei: sin ningún fenómeno místico externo, a no ser que el Señor se empeñe en hacer una excepción.
6a todos los socios Crol972,731 ] todos los miembros EdcS,85.
6b Por eso no dejamos nuestras devociones habituales, que nos amarran bien a esta barca del Señor en la que estamos metidos, que es el Opus Dei. Y tratamos de no perdet nunca la amistad con los Santos Ángeles Custodios: los sacerdotes, también con su Arcángel ministerial. Es muy probable la opinión de que los sacerdotes tienen un ángel especialmente encargado de atenderles. Pero hace muchos, muchísimos años, leí que cada sacerdote tiene un Arcángel ministerial, y me conmoví. Me he hecho una especie de aleluya como jaculatoria, y se la repito al mío, por la mañana y por la noche. A veces he pensado que no puedo tener esta fe porque sí, porque lo haya escrito un Padre de la Iglesia cuyo nombre ni siquiera recuerdo. Entonces considero la bondad de mi Padre Dios y estoy seguro de que, rezando a mi Arcángel ministerial, aunque no lo tuviera, el Señor me lo concederá, para que mi oración y mi devoción tengan fundamento.
6b «Arcángel ministerial»: no ha sido posible encontrar la referencia que menciona san Josemaría. Varios Padres de la Iglesia han hablado ampliamente de los ángeles como custodios de los hombres y de las naciones: Orígenes, el Pseudodionisio areopagita, Tertuliano, san Hilario, san Basilio, etc. En general, admiten la existencia de un ángel que preside cada Iglesia y de ahí algunos autores, como san Francisco de Sales, sostienen que los obispos son ayudados por dos ángeles (cfr. Carta a M. Antoine de Revol, en OEuvres, ed. complete, Annecy, 1902, vol. 12, pp. 192-193). Otros consideran que personas de especial relieve (gobernantes, etc.) tienen asignado un segundo ángel custodio por su función (cfr. Francisco SUÁREZ, De Angelis, I, VI, cap. 17, 24). En esa línea se mueve el texto de san Josemaría.