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Una costumbre cristiana: Las comuniones espirituales. José Manuel Iglesias. Edic. Palabra, Madrid, Folletos MC, nº 338
Aproximarnos más a la Misa
En el Sagrario está el mismo que se ha ofrecido en el Sacrificio de la Cruz.
El mismo que se hace presente en cada Misa para ser inmolado de modo incruento por ministerio del sacerdote.
El mismo que viene a nosotros en la Comunión.
El mismo que visitamos a diario en el Sagrario.
El mismo que deseamos recibir -¡si pudiéramos!- en cada momento.
El mismo por El, con El y en El, cual tenemos centrada toda nuestra vida.
Un antiguo Padre de la Iglesia, hablando de la Eucaristía, decía: «Es un Pan vivo, y por ser vivo tiene el poder de vivificar a aquellos que lo reciben».
Al contemplar y reconocer al Señor en el Sagrario bajo ese doble título: Cristo que se ha ofrecido en sacrificio en la Misa, y Cristo que se nos da en alimento, ¿cómo no agradecerle, por ejemplo, cuando pasamos cerca de un Tabernáculo, su ofrecimiento? ¿Cómo no querer visitarle y desear recibirle y que venga, una vez más, a nuestras almas...? ¡Sería un enorme desagradecimiento no desear -al menos¬ acercarse a El!
Aunque es índice de escasa cultura y de pésima formación cristiana, en cierta manera no están del todo descaminadas ciertas personas que confunden la iglesia -el templo- con la Misa. Oímos decir a veces a esas gentes: entré en la Misa. Cuando en realidad lo que desean expresar es que entraron en la iglesia. Ahora bien, a pesar de tal deformación, si entraron para hablar con Jesús presente en el Sagrario; si se comunicaron con El; si tuvieron -aunque tan sólo fuera con un mínimo deseo- ¬ansias de unirse a El, sin duda que se han acercado a lo que es fruto y primicia del santo Sacrificio de la Misa: ¡Se acercaron a Cristo y de alguna manera se aproximaron a la Misa!
La verdad es que el Señor, presente en el Sagrario después de la Santa Misa, no pierde su carácter de alimento por el hecho de que crezca el intervalo de tiempo que separa las palabras de la Consagración del momento en que se va a comulgar.
Enseña la Iglesia que lo que ha motivado la reserva de las Sagradas especies es la necesidad de poder llevar a los enfermos la Comunión, o también la legitimidad y el derecho que tienen los fieles de poder solicitar la Comunión fuera de la Misa.
La conservación de las Sagradas especies introdujo la laudable costumbre de adorar este Manjar del cielo conservado en las iglesias: culto de adoración que tiene un sólido y firme fundamento, sobre todo porque la fe en la Presencia real del Señor conduce naturalmente a la manifestación externa y pública de dicha fe.