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23 agosto 2025

María

Federico Delclaux. Santa María en los escritos del beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Rialp, Madrid, 1992

María dio un sentido divino al quehacer ordinario
La Virgen María es el prototipo más perfecto de cómo ha de vivir un cristiano, pues cumplió fielmente la voluntad de Dios; y lo hizo sin ruido, al compás silencioso del paso de las horas.
Muchas veces, al contemplar la sencillez de su existencia, le diremos con San Anselmo de Canterbury: «Oh hermosa para ser vista, amable para ser contemplada, deleitable para ser amada, ¿por qué sobrepasas la capacidad de mi corazón? Ha z que tu amor esté siempre en mí».
¡María, Maestra del sacrificio escondido y silencioso!
—Vedla, casi siempre oculta, colaborar con el Hijo: sabe y calla
.
Cuánta oración, cuánto amor a Dios en su corazón, y todo ello vivificando el quehacer sencillo de una madre de familia en un pequeño pueblo. Ilumina con su gozo aquel hogar, mientras realiza con suma perfección las tareas cotidianas; Jesús y San José se sentirían acogidos por los mil pequeños detalles, cuidados, pulcros, hechos con tanto cariño por la Virgen. Hondamente quedaron grabadas en Cristo esas labores hogareñas que más tarde glosó mediante parábolas en su vida pública.
No es por eso extraño que la Iglesia se alegre, que se recree, contemplando la morada modesta de Jesús, María y José. «Es grato —se reza en el Himno de maitines de esta fiesta— recordar la pequeña casa de Nazareth y la existencia sencilla que allí se lleva, celebrar con cantos la ingenuidad humilde que rodea a Jesús, su vida escondida. Allí fue donde, siendo niño, aprendió el oficio de José; allí donde creció en edad y donde compartió el trabajo de artesano, junto a Él se sentaba su dulce Madre; junto a José vivía su esposa amadísima, feliz de poder ayudarle y de ofrecerle sus cuidados».
Este ejemplo de la Sagrada Familia no ha de quedarse en una mera consideración, sino que hemos de convertirlo en una realidad. Para alcanzar esa gracia de Dios, hemos de rezarle a la Virgen Santísima, medianera de todas las gracias, siguiendo el consejo de San Bernardo: «Con todo el corazón y con todo el afecto y deseo veneremos a María, porque ésa es la voluntad del que ha querido que todo lo tuviéramos por medio de María».
Y Ella nos introducirá en su hogar de Nazaret. Al pensar en los hogares cristianos, me gusta imaginarlos luminosos y alegres, como fue el de la Sagrada Familia. El mensaje de la Navidad resuena con toda fuerza: «Gloria a Dios en lo más alto de los cielos, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad». «Que la paz de Cristo triunfe en vuestros corazones», escribe el apóstol. La paz de sabernos amados por nuestro Padre Dios, incorporados a Cristo, protegidos por la Virgen Santa María, amparados por San José. Ésa es la gran luz que ilumina nuestras vidas y que, entre las dificultades y miserias personales, nos impulsa a proseguir adelante animosos. Cada hogar cristiano debería ser un remanso de serenidad, en el que, por encima de las pequeñas contradicciones diarias, se percibiera un cariño hondo y sincero, una tranquilidad profunda, fruto de una fe real y vivida.
El Patriarca de la Sagrada Familia es San José, a quien la Iglesia ha nombrado su Patrono y Maestro de vida interior, porque es ejemplo de amor a Jesús y a la Virgen. Quiere mucho a San José, quiérele con toda tu alma, porque es la persona que, con Jesús, más ha amado a Santa María y el que más ha tratado a Dios: el que más le ha amado después de nuestra Madre.
—Se merece tu cariño, y te conviene tratarle, porque es Maestro de vida interior, y puede mucho ante el Señor y ante la Madre de Dios.
Al adentrarse en el vigoroso corazón de ese hombre joven, esposo de la Madre de Dios, se descubre cuánto le quiere; su alma descansa en la mirada llena de luz y de pureza de su Esposa; su alma late de gozo al oír la voz de María; su alma vibra ante un pequeño gesto de la Virgen.
Mira cuántos motivos para venerar a San José y para aprender de su vida: fue un varón fuerte en la fe...; sacó adelante a su familia —a Jesús y a María—, con su trabajo esforzado...; guardó la purera de la Virgen, que era su Esposa...; y respetó —¡amó!— la libertad de Dios, que hizo la elección, no sólo de la Virgen como Madre, sino también de él como Esposo de Santa María.
Todo ese misterio de amor mutuo entre las personas de la Sagrada Familia se encerraba en una pequeña aldea, Nazareth, entre las colinas de la baja Galilea; en una casa que alberga el taller de un artesano; en unos días semejantes en apariencia a la de tantos hogares de ese mismo pueblo y del mundo entero.
No olvidemos que Santa María, Madre de Dios y Madre de los hombres, es no sólo modelo, sino también prueba del valor transcendente que puede alcanzar una vida en apariencia sin relieve.