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San Josemaría. En diálogo con el Señor (ed. crítica)
10ª. REZAR SIN INTERRUPCIÓN (24/XII/1967) (1 de 2)
1a ¿Qué vamos a hacer nosotros hoy, el día en que los hombres celebran la fiesta de Navidad? En primer lugar una oración filial que nos sale de maravilla, porque nos sabemos hijos de Dios, hijos muy queridos de Dios.
1b Esto dice San Pablo a los de Corinto: «Si qua ergo in Christo nova creatura, vetera transierunt: ecce facta sunt omnia nova. Omnia autem ex Deo, qui nos reconciliavit sibi per Christum». Si alguna criatura está en Cristo, ya han salido fuera todas las cosas sucias, todas las cosas viejas, todo lo que mancha, todo lo que hace sufrir. Desde ahora, vida nueva de verdad. Se lo hemos dicho tantas veces y parece que nos hemos quedado tan sólo con los deseos. Pero siempre hemos avanzado un poquito más. Y esta noche el Señor, por su Madre, nos mandará tantas gracias nuevas: para que aumentemos en el amor y en la filiación divina.
1c Hemos de pedir al Señor que sepamos discernir lo que es para gloria suya de aquello que le ofende; que conozcamos lo que es para bien de las criaturas, y lo que es para mal; lo que va a hacernos felices, y lo que nos va a arrancar la felicidad, la felicidad eterna y la relativa que podemos alcanzar en esta tierra.
1c «Hemos de pedir»-, antes de estas palabras, en la transcripción se encuentra una cita de la Epístola de san Pablo a los Efesios, con su comentario: «A los de Éfeso dice: “ut Deus, Domini nostri Iesu Christi Pater gloriae, det vobis spiritum sapientiae et revelationis, in agnitione eius” (Ef 1, 17); para que el Dios de Nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda espíritu de sabiduría y de revelación con pleno conocimiento de El. ¿Para qué vamos a rezar? ¿Por qué queremos renacer? Para hacernos nuevos. Porque queremos tener el espíritu de sabiduría, que es un buen motivo para rezar. Si digo que la cultura es superior a la ciencia, ¿qué diré de la sabiduría? La sabiduría es superior a la cultura. La sabiduría como don del Espíritu Santo es excepcional. Yo he podido conocer almas sin cultura en las que brillaba la sabiduría de Dios. Que no os quedéis vosotros atrás, ni yo», m671224-A.
2a A los de Galacia, San Pablo les dice una cosa muy hermosa a propósito de la filiación divina: «Misit Deus Filium suum..., ut adoptionem filiorum reciperemus». Envió Dios a su Hijo Jesús, y le hizo tomar la forma de nuestra carne, para que recibiésemos la filiación suya. Mirad, hijos míos, mirad qué agradecimiento debemos rendir a ese Hermano nuestro, que nos hizo hijos del Padre. ¿Habéis visto a esos hermanitos vuestros, a esas pequeñas criaturas, hijas de vuestros parientes, que necesitan de todo y de todos? Así es el Niño Jesús. Es bueno considerarle así, inerme. Siendo el todopoderoso, siendo Dios, se ha hecho Niño desvalido, desamparado, necesitado de nuestro amor.
2a Al final de este párrafo se lee en Crónica: «El Padre ha dicho estas últimas palabras señalando al Niño en la cuna», Crol968,41.
2b Pero en aquella fría soledad, con su Madre y San José, lo que Jesús quiere, lo que le dará calor, es nuestro corazón. Por lo tanto ¡arranca del corazón todo lo que estorbe! Tú y yo, hijo mío, vamos a ver todo aquello que estorba en nuestro corazón... ¡Fuera! Pero de verdad. Lo repite San Juan en el capítulo primero: «Quotquot autem receperunt eum dedit eis potestatem filios Dei fieri». Nos ha dado la potestad de ser hijos de Dios. Ha querido Dios que seamos hijos suyos. No me invento nada, cuando os digo que es parte esencial de nuestro espíritu la filiación divina: todo está en las Santas Escrituras. Es verdad que, en una fecha de la historia interna de la Obra, hay un momento preciso en el que Dios quiso que nos sintiéramos sus hijos, que al espíritu del Opus Dei incorporásemos ese espíritu de filiación divina. Lo sabréis a su hora. Dios h querido que, por primera vez en la historia de la Iglesia, fuera el Opus Dei el que corporativamente viviese esta filiación.
2b «un momento preciso»: aunque en varios días de septiembre y octubre de 1931 tuvo vivencias de la filiación divina, siempre recordó de modo especial la del 16 de octubre de 1931, a la que parecen referirse estas palabras (ver AVP I, p. 388 y ss.).
2c Hagamos, por tanto, una oración de hijos y una oración continua. «Oro coram te, hodie, nocte et die»; oro delante de ti noche y día. ¿No me lo habéis oído decir tantas veces: que somos contemplativos, de noche y de día, incluso durmiendo; que el sueño forma parte de la oración? Lo dijo el Señor: «Oportet semper orare, et non deficere». Hemos de orar siempre, siempre. Hemos de sentir la necesidad de acudir a Dios, después de cada éxito y de cada fracaso en la vida interior. Especialmente en estos casos, volvamos con humildad, a decir al Señor: ¡a pesar de todo, soy hijo tuyo! Hagamos el papel del hijo pródigo.
2c «incluso durmiendo»: sobre este tema, ver notas a 1.5b y a 9.4c.