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12 agosto 2025

Comentario al Salmo II

Salmo II. Mercedes Eguíbar. Ediciones Rialp. Madrid

SERVID A YAHVE CON TEMOR, RENDIDLE HOMENAJE CON TEMBLOR
En esta formación que vamos recibien¬do debemos llegar a la profundidad de la doctrina, aunque cueste, con el deseo de recoger siempre los conocimientos de esa fuente directa que es la Iglesia, sin desviaciones ni interpretaciones personales que la desvirtúen o le quiten brillo. El andar en verdad supone tener cautela para descubrir la ponzoña que, inadvertidamente, se puede infiltrar en esta vida joven en la gracia.
Cuando se reconoce el temor santo como don del Espíritu Santo, se pone en práctica casi inmediatamente; es una consecuencia más en la que la vigilancia sobre uno mismo es constante. El temor de volver a ofender al Padre que nos ha dado cobijo, que nos ha vestido con ro¬pas nuevas y que, además, no nos ha re¬cordado nuestra ingratitud.
Si el hijo pródigo hubiera sido desagradecido o poco vigilante, seguramente se hubiera vuelto a marchar. Es lógico que lo fácil, lo cómodo, incluso lo que es negativo, tire de nosotros. No debemos temer, al conocernos podremos saber hasta dónde somos capaces de llegar, y así surge este temor de no querer perder lo que es la felicidad para nosotros en esta vida y la seguridad en la otra.
El temor santo debe formar parte de la vida de todos, más aún en esos esta¬dos de vida íntima con Dios en los que es más necesario agarrarse a El para «no perder el fervor de la primera caridad». El santo temor nos hace vivir en perfecto equilibrio, que debemos mantener a costa de nosotros mismos. Por una parte, evitar que la tibieza o la indiferencia se apoderen de nosotros y lleguen a crear ese estado de muerte que hizo exclamar al Señor: «a los tibios los vomitaré de mi boca», y por otra parte, evitar pactar con el error porque resulta más fácil y agradable.
No supone esto que lleguemos a ser personas tímidas y asustadizas, que se sienten perpetuamente bajo una espada de Damocles a punto de caer sobre sus cabezas. Es precisamente lo contrario: la seguridad que produce el trato con Cristo nos eleva a preocuparnos de lo que agrada a Dios y a estar siempre en disposición de darle lo que nos va pidiendo.
Y a la vez, el temor se convierte en ho¬menaje, el homenaje de una vida limpia llena de pequeños olvidos o indiferencias, pero siempre en línea recta porque sabe que es el modo de agradar al Padre, a Dios. Un homenaje tembloroso porque el Todopoderoso, el Omnipotente se me¬rece más, porque hay tanta distancia entre lo que damos y lo que El es.
Con qué temblor de amor se preparan los regalos los que se quieren en la tierra. Hay expectación mientras el que lo ha recibido va desempaquetando el obsequio, y qué mirada de agradecimiento se cruza entre los dos cuando ya se conoce el contenido. La importancia no la tiene el regalo en sí, sino el cariño que se ha puesto.
Dios ya tiende sus brazos al hombre para recibirlo, lleno de amor; y antes de que le expongamos nuestras miserias —ya las conoce—, sentimos en el corazón la paz de un día en el que Dios, satisfecho, nos anima a continuar por la senda comenzada.
Necesitamos ofrecer lo que hacemos al Creador, y aunque la ofrenda nunca será tan digna como El se merece, todo un Dios se estremece de amor ante el recuerdo, ante el ofrecimiento, tantas veces rectificado, ante la ofrenda de una vida que es lucha y recibe atenta sus indicaciones, que con un temor santo que enamora se vuelve a poner en su presencia al finalizar el día.