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3 julio 2025

La Eucaristía

Carta pastoral con motivo del Año de la Eucaristía.
Mons. Javier Echevarría, Roma, 6 de octubre de 2004

Iesu, quem velatum nunc aspicio, / oro, fiat illud quod tam sitio, / ut te revelata cernens facie, / visu sim beatus tuæ gloriæ
Prenda de la vida eterna
El plan salvífico de Dios se incoa en esta etapa terrena, que es "penúltima", y se consuma en la que debe venir, que es eterna. Así, la fe entraña cierta incoación del conocimiento cara a cara, una incoación de la visión gloriosa y beatífica.
En la Eucaristía, la tensión a la gloria se apoya sobre todo en el amor que nace del trato. El alma eucarística anhela adorar abiertamente a Quien ya adora oculto en el Pan, porque el repetido trato con un amor escondido genera un deseo irrefrenable de poseerlo abiertamente.
«Trata a la Humanidad Santísima de Jesús... Y Él pondrá en tu alma un hambre insaciable, un deseo "disparatado" de contemplar su Faz».
Ésta ha sido siempre la impaciencia de los santos, la que guardaba San Josemaría en su corazón.
«Los que se quieren, procuran verse. Los enamorados sólo tienen ojos para su amor. ¿No es lógico que sea así? El corazón humano siente esos imperativos. Mentiría si negase que me mueve tanto el afán de contemplar la faz de Jesucristo. "Vultum tuum, Domine, requiram" (Sal 27, 8), buscaré, Señor, tu rostro. Me ilusiona cerrar los ojos, y pensar que llegará el momento, cuando Dios quiera, en que podré verle, no "como en un espejo, y bajo imágenes oscuras... sino cara a cara" (1Cor 13, 12). Sí, hijos, "mi corazón está sediento de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo vendré y veré la faz de Dios?" (Sal 42, 3)».
La devoción eucarística irá comunicando y aumentando en nosotros esa ansia, hasta convertir el estar con Cristo en lo único que nos importe, sin que esto nos aparte de este mundo; al contrario, lo amaremos más apasionada-mente, con nuestro corazón unido estrechamente al Corazón de Jesucristo.
La intimidad, el trato con el Señor en la Eucaristía, nos irá imprimiendo con vigor el convencimiento de que la felicidad no se halla en estos o aquellos bienes de la tierra, que envejecerán y desaparecerán; sino en permanecer para siempre con Él, porque la felicidad es Él, que ya ahora poseemos como «tesoro infinito, margarita preciosísima» en este Sacramento.
«Cuando daba la Sagrada Comunión, aquel sacerdote sentía ganas de gritar: ¡ahí te entrego la Felicidad!».