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26 julio 2025

María

Federico Delclaux. Santa María en los escritos del beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Rialp, Madrid, 1992

La Virgen nos conduce hacia Jesús
La Virgen tuvo un amor total a Dios Hijo en medio de sus quehaceres cotidianos. Y Santa María nos comunica ese Amor hermoso mediante una acción lenta unas veces, impetuosa en otras, pero siempre constante y de modo inefable. Todo cristiano lo ha comprobado al acercarse a la Virgen Santísima y descubrir cómo le va grabando en su interior un querer semejante al que Ella le tiene al Señor. María, tu Madre, te llevará al Amor de Jesús. Y ahí estarás cum gaudio et pace, con alegría y paz, siempre «llevado» —porque solo te caerías y te llenarías de fango—, camino adelante, para creer, para amar y para sufrir. Y ése es el camino de la economía de la salvación, el sendero querido por Dios para acercarnos más fácilmente hacia Él.
Así lo afirmaba Pablo VI: «María es siempre el camino que conduce a Cristo. Cada encuentro con Ella se resuelve necesariamente en un encuentro con Cristo mismo. ¿Qué otra cosa significa el continuo recurso a María, sino un buscar entre sus brazos, en Ella y por Ella y con Ella, a Cristo, nuestro Salvador?».
Cristo ha de ser el imán al que se orienten nuestras vidas, y si en algún momento se pierde ese norte, la Madre de Dios encauza de nuevo nuestros pasos. San Bernardo le reza a Santa María: «Por medio de ti podemos llegar a tu Hijo, bendita Virgen que nos obtuviste la gracia, Madre de vida, Madre de la salud, por ti nos recibe el que por ti se nos dio a nosotros». Y en la misma época dice con gran sencillez Godofredo de Vendóme: «Recurramos a su Madre, y por medio de Ella a Jesús».
La perseverancia en el amor a Cristo tiene como gran intercesora a Nuestra Madre. ¿Cómo lograremos fortalecernos en aquella decisión, que comienza a parecemos muy pesada? Inspirándonos en el modelo que nos muestra la Virgen Santísima, nuestra Madre: una ruta muy amplia, que necesariamente pasa a través de Jesús. Ha de crecer en nosotros la esperanza de la perseverancia si acudimos a la Virgen fiel. No estás solo. —Ni tú ni yo podemos encontrarnos solos. Y menos, si vamos a Jesús por María, pues es una Madre que nunca nos abandonará. Ese ha sido siempre el sentir de los cristianos; lo confirma Adán de Perseigne: «La Virgen María es el camino de la vida, por el que ha llegado hasta nosotros el Rey de las virtudes; y es, al mismo tiempo, para nosotros el camino que nos conduce a El. ¡Feliz camino! Siguiéndolo no nos perderemos. El que ama a María con un amor perseverante, no perecerá.
Si buscas a María, encontrarás «necesariamente» a Jesús, y aprenderás —siempre con mayor profundidad— lo que hay en el Corazón de Dios. Es lo natural, pues «desea María esculpir en todos sus hijos adoptivos la forma de su Unigénito», dice el Beato Guerrico d'Igny.
La generosidad de Santa María nos concede lo que quiere San Ildefonso de Toledo: «Te pido, te pido, oh Virgen Santa, obtener a Jesús por mediación del mismo Espíritu, por el que tú has engendrado a Jesús. Reciba mi alma a Jesús por obra del Espíritu, por el cual tu carne ha concebido al mismo Jesús... Que yo ame a Jesús en el mismo Espíritu, en el cual tú lo adoras como Señor y lo contemplas como Hijo».
Ponte muy cerca de tu Madre la Virgen.
—Tú debes estar siempre unido a Dios: busca la unión con Él, junto a su Madre bendita
. Así hemos de estar, siempre cerca de Santa María, pues Ella nos identifica con Jesús, descubriéndonos con luces nuevas la gloria de su Hijo. Cuenta San Juan que por el milagro de las bodas de Cana, que Cristo realizó a ruegos de su Madre, «creyeron en Él sus discípulos». Nuestra Madre intercede siempre ante su Hijo para que nos atienda y se nos muestre, de tal modo, que podamos confesar: Tú eres el Hijo de Dios.
Al confesar esta verdad, vamos identificándonos con el Señor, y en eso consiste la santidad; unirse a Jesús de modo que podamos decir «No vivo yo, es Cristo que vive en mí». Por eso es necesario —dice San Pablo— ser conmuertos con el Señor, consepultados con El, y así conresucitar y ser conglorificados con Cristo. Toda esa maravillosa aventura de fidelidad a Jesús, la vamos realizando en nuestra vida ordinaria, descubriendo con espíritu contemplativo ese algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes. Para ello, supliquemos hoy a Santa María que nos haga contemplativos, que nos enseñe a comprender las llamadas continuas que el Señor dirige a la puerta de nuestro corazón. Roguémosle: Madre nuestra, tú has traído a la tierra a Jesús, que nos revela el amor de nuestro Padre Dios; ayúdanos a reconocerlo, en medio de los afanes de cada día; remueve nuestra inteligencia y nuestra voluntad, para que sepamos escuchar la voz de Dios, el impulso de la gracia. Santa María es tan generosa que todo lo que ponemos en sus manos —nuestros deseos y nuestra propia vida— lo da de inmediato a su Hijo, impregnado además por el buen aroma materno.