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24 julio 2025

La Eucaristía

Una costumbre de siempre: la acción de gracias. José Manuel Iglesias. Edic. Palabra, Madrid, Folletos MC

¿Por qué las prisas?
A la hora de educar en la fe a los cristianos es tema primordial -y, como contraste, tan abandonado- una formación encaminada a tratar a Cristo en la Eucaristía como es debido. ¡Es una pena que tantos se acerquen a recibir al Señor descuidando la preparación, declinando la adoración -cuando está presente-, permaneciendo insensibles en la Comunión, «... ni aprendan después a darle gracias -con pausa, sin atropellos-, por haber querido venir de nuevo entre nosotros [...]. No hay actividad alguna que pueda anteponerse, ordinariamente, a ésta de enseñar y hacer amar y venerar a la Sagrada Eucaristía».
La acción de Cristo eucarístico no actúa únicamente en el instante de comulgar, se prolonga... A cada alma le atañe abrirse a la acción de la gracia y esforzarse en avivar la fe y el amor. Finalizada la Santa Misa, en la cual el mismo Jesús se ofreció al Padre por nosotros, le adoró, alabó, agradeció de modo infinito todo lo suyo, es momento para incrementar y actualizar la gratitud.
Por el inapreciable valor que tienen, y lo eficaces que resultan para ahondar en la vida cristiana, estos minutos no deben ser desaprovechados. Antes de nada, son para estar atentos al Don recibido.
¡Es un desacato a lo más sagrado la actitud de quienes después de recibir a Jesús, cuando se nos da así mismo como alimento de nuestras almas, ni se les ocurre darle gracias! ¡Si ha venido a mí, y lo tengo en estos momentos dentro de mí, hasta que no se hayan consumido las especies sacramentales, agradeceré vivamente su presencia en mí!
Creo que es San Agustín, el autor de un sermón llamado «de las dos alas», que en síntesis viene a decir: Si a un pájaro le cortamos las alas, le aligeramos el peso, pero ¡ya no puede volar! Algo parecido le ocurre a quienes no afinan ante el Santísimo Sacramento, y después de comulgar, casi corriendo, escapan de la iglesia... Tal vez les parezca que ganan tiempo para ocuparse en sus cosas. La realidad será que se verán impedidos de «levantar altos vuelos», incluso en las tareas ordinarias. Salir de Misa sin dar gracias pudiera parecer que nos hace ganar tiempo. Y así es. Pero, ¿para qué lo queremos si no seremos capaces de “remontar el vuelo”?
¡Ojalá que los breves, pero intensos, minutos de acción de gracias nos ayuden a remontarnos hacia Dios! Se hará realidad si convertimos el rato de la acción de gracias en el más precioso del día... y acaso experimentemos lo que anhelaba el místico castellano: «Volé tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance».
Es necesario contrarrestar ese apresuramiento masivo en salir del templo apenas el sacerdote da la bendición final de la Misa. «¡Podéis ir en paz!», más que algo semejante a una «salida de carrera», podría ser un modo de decir que podemos dar gracias en paz por el Santo Sacrificio.
Si Jesús vino a mí, lo tengo conmigo..., ¡he de tratarle bien! Entonces: «¿Por qué prisa? ¿La tie-nen acaso los enamorados, para despedirse? Parece que se van y no se van; vuelven una y otra vez, repiten palabras corrientes como si las acabasen de descubrir... No os importe llevar los ejemplos del amor humano noble y limpio a las cosas de Dios. Si amamos al Señor con este corazón de carne -no poseemos otro-, no habrá prisa por terminar ese encuentro, esa cita amorosa con El».