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17 julio 2025

La Eucaristía

Una costumbre de siempre: la acción de gracias. José Manuel Iglesias. Edic. Palabra, Madrid, Folletos MC

LA ACCION DE GRACIAS POR LA COMUNION
Me llamó un día la atención que una persona -sin duda, de alma fina- encargase una Misa de acción de gracias. Al preguntarle qué quería agradecer, dijo que no era nada concreto, sino para suplir la ingratitud de los que no agradecen...
Digo que me llamó la atención porque se olvida fácilmente esta vertiente primordial de la Santa Misa: ser culto de acción de gracias.
Abundan los fieles que piden se les aplique el Santo Sacrificio para rogar por sus necesidades; por ejemplo, para aplicarla por sus difuntos, para rogar por alguna enfermedad..., pero se acuerdan poco de «pagar» mediante la Santa Misa todo el cúmulo de beneficios recibidos.
Nos viene bien considerar que, en toda la redondel de la Tierra, este culto nunca cesa. No hay un momento en que no se esté ofreciendo -durante el día, o de noche- en alguna parte el Santo Sacrificio.
En cada Misa Jesús habla y se ofrece al Padre y a los que le escuchan en su Palabra, a los que no quieren estar distraídos, y a los que comulgan y le tratan en el Pan. Es -ante todo- la mirada de la fe del creyente fiel quien capta ese encubrimiento del Señor, como expresó el clásico eucarístico:
Aunque más te disfraces,
Galán divino,
en lo mucho que has dado,
te han conocido...
Esta presencia escondida de Cristo que, luego de comulgar, se reserva en el Tabernáculo para ser dado a quien lo pidiere en comunión, y para ser visitado, deseado, adorado, es también un culto de acción de gracias extendido por toda la faz de la Tierra.
Cuenta André Frossard cómo un día descubrió entre los muros de una capilla, hendida de repente por la luz, el amor desconocido por el que se ama y se respira: «¡Dios mío! Entro en tus iglesias desiertas... Nunca se ve a nadie en este lugar tranquilo... Veo a lo lejos vacilar en la penumbra la lamparilla roja de tus sagrarios, y recuerdo mi alegría...».
Este gran convertido rememora con gratitud que aprendió ante un Sagrario, que el hombre no está solo, que una invisible presencia le atraviesa, le rodea y le espera; que más allá de los sentidos y de la imaginación, existe otro mundo...
Esta acción de gracias del Señor. -¡tan escondida!-, que la Iglesia pone por doquier a nuestro alcance, reclama la de cada uno. Cada cual debe crear unas disposiciones semejantes a las que expresa la Iglesia en su culto.
Recuerda, pues, que la gratitud para con tu Dios es un deber. Y para que no te quedes en un general y vago afecto de gratitud, necesitas dedicar a la acción de gracias algún rato del día... Será difícil enontrar otro mejor que el de después de comulgar.