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Carta pastoral con motivo del Año de la Eucaristía.
Mons. Javier Echevarría, Roma, 6 de octubre de 2004
Iesu, quem velatum nunc aspicio, / oro, fiat illud quod tam sitio, / ut te revelata cernens facie, / visu sim beatus tuæ gloriæ
La Santísima Virgen, mujer eucarística
Con esta advocación —«mujer eucarística»—, Juan Pablo II ha propuesto a la Iglesia el ejemplo de María como "escuela" y "guía" para aprender a pasmarnos —que significa acoger, adorar, agradecer...— ante el misterio de la Eucaristía.
A la luz de la fe, lo entendemos muy bien, como sucedió a nuestro Padre, que nos hacía considerar que en la Santa Misa, «de algún modo, interviene la Santísima Virgen, por la íntima unión que tiene con la Trinidad Beatísima y porque es Madre de Cristo, de su Carne y de su Sangre: Madre de Jesucristo, perfecto Dios y perfecto Hombre. Jesucristo concebido en las entrañas de María Santísima sin obra de varón, por la sola virtud del Espíritu Santo, lleva la misma Sangre de su Madre: y esa Sangre es la que se ofrece en sacrificio redentor en el Calvario y en la Santa Misa».
María, al pie de la Cruz, unió su propio sacrificio interior —«ved si hay dolor como mi dolor» (Lm 1, 12)— al de su Hijo, cooperando a la Redención en el Calvario. Ella misma, «presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas», coopera con el Hijo en difundir en el mundo —¡Medianera de toda gracia!— la infinita fuerza santificadora del Santo Sacrificio que sólo Jesús cumple.
Hijas e hijos míos, si de algún modo nos hemos confrontado con Dimas, el buen ladrón, y con el Apóstol Tomás, ¿cómo no mirar a María para conocer y querer más a Jesús sacramentado, para aprender de Él e imitarle, para «tratarle bien»?
En esta personalísima labor, que de modo incesante nos renovará interiormente y nos llenará de deseos de santidad y apostolado, ayudémonos con la contemplación de los misterios del Rosario, desde la Anunciación, cuando vemos cómo la Virgen acoge incondicionalmente en su seno purísimo al Verbo encarnado, hasta su glorificación, cuando Dios la recibe en cuerpo y alma en la gloria, y la corona como Reina, Madre y Señora nuestra.
«A Jesús siempre se va y se "vuelve" por María».
Pidamos a nuestra Madre que nos tome siempre de la mano, y especialmente en este Año de la Eucaristía para que constantemente digamos al Señor sacramentado, con las palabras y las obras: «¡te adoro, te amo!» Adoro te devote!
Y cuando lo hagamos, escuchemos a nuestro queridísimo Padre, que nos insiste: «invocad a María y a José, porque de alguna manera estarán presentes en el Sagrario, como lo estuvieron en Belén y en Nazaret (...). ¡No os olvidéis!».
Con todo cariño, os bendice vuestro Padre
+ Javier
Roma, 6 de octubre de 2004, segundo aniversario de la canonización de San Josemaría.