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17 junio 2025

Comentario al Salmo II

Salmo II. Mercedes Eguíbar. Ediciones Rialp. Madrid

Y HARE DE LAS GENTES TU HEREDAD, TE DARE EN POSESION LOS CONFINES DE LA TIERRA.
LOS REGIRAS CON CETRO DE HIERRO Y LOS ROMPERAS COMO VASIJA DE ALFARERO
Una base espiritual firme para construir sobre la amistad es, sin duda, esa manifestación de amor de Dios a las criaturas, que nos sirve de pauta para amarnos entre nosotros. Experiencia viva que nos hace ver la generosidad divina, que se excede para darnos más de lo que podíamos apetecer. Se asombra el alma ante esta magnificencia, como se asombraron los discípulos al comprobar que ellos también hacían milagros, y con ingenuidad se lo van a contar al Señor: «volvieron los setenta y dos, llenos de alegría, diciendo: Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre».
Es evidente que cuando aceptamos la amistad de Dios, lo que recibimos de El es tan superior a lo que le damos, que el asombro se transforma en amor agradecido. «Haré de las gentes tu heredad y, además, poseerás los confines de la Tierra», dice el Salmo; y el Señor, ante nuestra buena disposición, ya no sabe qué prometernos.
Este ejemplo de amor nos induce a vivir —porque queremos— el primer mandamiento, que se desdobla en dos partes: el amor a Dios, que ya hemos comenzado, y el amor al prójimo «como a nosotros mismos».
Tenemos por delante toda una vida «para propagar el reino de Cristo en toda la tierra para gloria de Dios Padre, y hacer así a todos los hombres partícipes de la redención salvadora y por medio de ellos ordenar realmente todo el universo hacia Cristo». La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es vocación al apostolado. Y origina un deseo de transmitir a los demás, al menos en lo que podamos, ese bienestar, ese descubrimiento verdadero que es Cristo en nosotros. Cuanto más se quiere, más vehemencia se tiene para contagiar y no nos preocupa lo que tenemos que decir o hacer, porque el Señor nos ha prometido que el Espíritu Santo pondrá palabras en nuestra boca. Entonces, como norma de vida, el ejercicio de la caridad es una motivación que llena todos nuestros actos, porque el apostolado que realizamos tiene su origen y su fuerza en que para nosotros el prójimo es reflejo, imagen de Dios.
Por eso, el apostolado abarca a todos. Como nuestra condición humana nos pone un límite al conocimiento, el número de amistades, más o menos amplio, estará en relación directa con el aprovechamiento del tiempo. De aquí nos viene el deseo de no desperdiciar ni un instante, ni una oportunidad, porque puede suceder que esa persona que pasó a nuestro lado no vuelva a tener otro encuentro con nosotros. La omisión en el apostolado tiene consecuencias importantes en ese clima de amor a Dios en el que queremos desenvolvernos.

El mensaje divino de la salvación
«A todos los cristianos se impone la gloriosa tarea de trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y aceptado en todas partes por todos los hombres». Es una invitación a obrar, a salir de lo que hasta ahora hemos llamado nuestro, para conocer y ampliar horizontes. El mundo reducido en el que vivíamos se ensancha, y vamos con alegría a enseñar las verdades fundamentales de nuestra fe. Por nuestra vocación de cristianos, nos preocupa que los demás experimenten también esa transformación en Cristo de que nos habla San Pablo. Ser otros Cristos que con su vida trabajen el mensaje del amor.
Esa fe que hemos pedido a lo largo de este salmo, se fortalecerá en esta tarea de salvación. Y para ello seguimos las líneas trazadas ya por el mismo Dios: libres de la esclavitud del cuerpo y de las riquezas, introducidos en el corazón de Cristo, pegaremos fuego a todo lo que se mueve a nuestro alrededor. «He venido a traer fuego y qué quiero sino que se encienda». Nuestra intención, al irnos despojando cada día de las envidias, los rencores, los malos entendidos, todo lo que sale del corazón, que es lo que verdaderamente mancha, nos irá haciendo semejantes a Cristo; cargados, con auténtica alegría, de esa cruz fabricada especialmente para cada uno. Solamente la aceptación de la voluntad divina nos dará la paz que necesitamos para que los demás reciban, a través de nosotros, el mensaje de Dios.
Solos nunca podremos, pero con los medios que tenemos al alcance de la mano y con la gracia de Dios, cumpliremos esa «gloriosa tarea» de trabajar para extender el reino de Cristo.