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Salmo II. Mercedes Eguíbar. Ediciones Rialp. Madrid
PIDEME.
La oración (2 de 2)
Abraham puso en conmoción a toda la casa. Corrió hasta donde estaba Sara, su mujer, y le colocó delante la harina para que cociera el pan. ¡Está Yahvé! diría, metiendo prisa a todos. Y fue él mismo al campo a elegir el mejor ternero y se lo encargó con prisa al mozo para que lo asara, siempre con el pensamiento puesto en Dios. Lo que le ha ofrecido lo cumple y permanece con El.
No es esta la única vez que la Sagrada Escritura nos enseña cómo desea Cristo que estemos en su presencia. Es, precisamente en Betania, en aquel hogar donde Jesús solía descansar, donde encontramos una situación semejante. La figura de las dos hermanas, Marta y María, nos sirve de ejemplo.
El Señor quiso dejarnos bien claro que el afán y la congoja de Marta para que todo lo material estuviera perfecto y a su tiempo no debería existir en nuestra vida. La congoja y el amor propio que nos hacen olvidar lo principal que es Dios. Sin embargo, sí que es necesario preparar el interior de nuestra alma, como hizo Marta. Quizá se ha glosado este pasaje de la Escritura sólo en un sentido, y se ha olvidado esa parte positiva y amable de una mujer que estaba preparando lo mejor que tenía para recibir al Maestro. Es atractiva la figura de Marta. Nos alienta saber que una mujer que estaba tan cerca de Cristo y a quien Cristo quería tanto, se inquietaba y se preocupaba por quedar bien. Precisamente por eso, el Señor le advierte su falta, y desde entonces Marta lucha con su amor propio.
María, a los pies de Cristo, escucha. También ella colaboró en esa preparación necesaria a la venida de Cristo a su casa, pero con mesura, y seguramente borró sus huellas en el trabajo para que no se notaran. Sólo Jesús lo advierte y por eso alabó su humildad.
«Allí está ella, bebiendo las palabras del Maestro. En aparente inactividad, ora y ama» (Camino, 89). «Haz oración. ¿En qué negocio humano te pueden dar más seguridades de éxito?» (Camino, 96).
«Abraham escucha, como María; escucha lo que le dice el Señor, con humildad, aunque la conversación haga sonreír a Sara, su mujer. Para Dios no hay imposibles. Abraham no ha pedido nada, pero Yahvé conoce los deseos de su corazón y se los concede: Tendrás un hijo, le dice.
Una vez más, el Omnipotente realiza lo inesperado. Sara ríe, porque ya es vieja, y lo que está oyendo le parece una tontería. Abraham acepta».
A veces no es necesario ni siquiera pedir. Dios satisface los deseos del corazón cuando le parece oportuno. Hay que dejar tiempo para que Dios actúe. Puede no ser el momento cuando nosotros lo exigimos.
La oración debe ser confiada y humilde. Cuando pedimos así, incluso podemos adelantar el tiempo que Dios tenía dispuesto para concedernos la petición. Otras veces el Señor quiere probar nuestra fe y alarga la espera.
«Cómo agradece Abraham al Señor que recuerde su deseo. Aunque los dos varones que acompañan al Señor se van, Dios se queda, y Abraham permanece en su presencia; desea aprovechar hasta el fin».
Permanecer en su presencia; estar delante del Señor en el Sagrario, mirándole con agradecimiento, sin decir nada, porque el amor agradecido no necesita palabras.
La mirada de Abraham abre la confianza de Yahvé: son amigos. ¿Cómo no confiarle lo que va a hacer? Yahvé le explica que hay dos ciudades, Sodoma y Gomorra, que se han olvidado de El. Por más que les ha enviado Profetas, no los han escuchado. Por eso, quiere exterminarla. La ira de Dios se va a desencadenar sobre ellas.
Dios se ha puesto delante de aquel hombre justo para que le pida. Y Abraham tiembla; conoce a los habitantes de aquellas ciudades y sabe que están obrando mal. En su oración, seguramente, habría pedido muchas veces por ellos. Olvida su felicidad, su petición personal, porque hay hombres que pueden morir, precisamente por contravenir la ley divina. Con tozudez y con decisión pregunta:
«¿Y si hubiera cuarenta justos en esa ciudad, los perdonarías, Señor?».
«Habla Jesús: "Así os digo yo: pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá"» (Camino, 96).
Es una pregunta la de Abraham que acepta la voluntad de Dios, pero va directamente orientada a su Misericordia. Pedir por los demás, por los que nos rodean, por los que vemos luchar, por sus necesidades.
Y sigue el Patriarca: «¿Y si hubiera sólo treinta justos?».
«También los perdonaría», le contesta Yahvé.
También nosotros pedimos que derrame su gracia de un modo más fecundo. Para que de este modo su llamada no pueda dejar de ser oída. Para que reine la generosidad.
«¿Y si hubiera sólo veinte justos?».
Insistencia, ser constantes en la petición. Para que nuestra vida sea sincera y arrastre, para que nuestra vida interior sea más profunda. Para que sepamos evitar la murmuración, el descontento, los juicios vanos sobre las cosas santas.
«¿Y si hubiera sólo diez justos?».
«Persevera en la oración. Persevera, aunque tu labor parezca estéril. La oración es siempre fecunda» (Camino, 101).
«Abraham lo ha conseguido. Cuando Yahvé, mucho después, va a destruir las ciudades, se acuerda de la petición de su siervo y avisa a Lot, a su mujer y a sus dos hijas: tres mujeres y un hombre, sólo cuatro justos en toda la ciudad, y los salva».
Dios oye, atiende siempre nuestras peticiones.
«Al Patriarca no le dijo enseguida que sí. Esperó y probó hasta el fin su confianza y su fe».
La Sagrada Escritura deja aquella petición sin respuesta definitiva. Aunque más adelante conocemos el aviso que envió a aquellos cuatro justos.
De este relato se deduce que el trato que debemos tener con Dios en la oración es un trato sencillo y profundo al mismo tiempo. Trato con Dios, que viene precedido por una preparación. Durante el día nos tiene que acompañar su presencia, aunque tengamos unos momentos concretos para charlar con El. Es muy difícil mantener una amistad, si ésta no tiene un lugar en nuestro pensamiento y si de verdad el corazón no late al unísono.
En la vida pública del Señor llama la atención aquel encuentro que tuvo con una higuera que estaba al borde del camino. Dice el Evangelio que no era tiempo de higos y por eso estaba llena de hojarasca. Es bien natural que así fuera. Sin embargo, la reacción de Cristo sorprende: la maldijo porque no tenía fruto.
Lo que el Señor quiso manifestar con este ejemplo es que debemos estar siempre en disposición de darle lo que nos pida. Sin escudarnos en que todavía no es momento oportuno y de este modo rechazar la amistad con el Señor.
Es el momento de responder a esa insistencia de Dios: pídeme. Queremos ver con claridad la utilidad de la oración, la eficacia de la insistencia en las peticiones, sin dejarnos llevar por el cansancio o la pereza. Deseamos conocer su voluntad para poderla cumplir.
Por nuestra parte, es la mejor manera de conseguir la amistad con Dios. Ya que por parte suya la tenemos asegurada, porque nos ha demostrado que es el Amigo, es la Bondad, es el Amor, que ha sabido disculpar tantas torpezas y olvidos.