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28 mayo 2025

En diálogo con el Señor (1ª parte)

San Josemaría. En diálogo con el Señor (ed. crítica)

7ª. SEÑAL DE VIDA INTERIOR (10/II/1963) (1 de 2)
1a Cada persona acomoda las cosas generales a su necesidad, y a sus circunstancias concretas. Con el mismo género de tela se hacen trajes muy distintos: unos más grandes y otros más pequeños, unos más anchos y otros más estrechos. Millones de hombres toman la misma medicina, y cada uno la usa según su necesidad personal. Cuando esas particularidades o esas circunstancias son más o menos permanentes, originan un modo específico de mirar la vida. Todos tenemos experiencia, por ejemplo, de lo que podríamos llamar la psicología o el prejuicio psicológico de la profesión. Un médico, si se fija en una persona por la calle, instintivamente quizá piense: está enfermo del hígado; si la ve un sastre, dirá: va mal vestido; si es un zapatero, posiblemente pensará: qué buenos zapatos lleva...
1b Mirad, hijos míos: si esto pasa en la vida profesional, en las cosas humanas, también en lo espiritual sucede lo mismo. Nosotros tenemos una vida interior particular, propia, en parte común sólo a nosotros. Característica de esa vida interior de los socios de la Obra, que ha de darnos a cada uno un modo particular de ver las cosas, es procurar activamente la santidad de los demás. No amamos a Dios si nos dedicamos a pensar sólo en nuestra propia santidad: hay que pensar en los demás, en la santidad de nuestros hermanos y de todas las almas.

1b socios Cro1974, 1061] miembros EdcS,64.
«procurar activamente la santidad de los demás»; san Josemaría ve aquí una concreción específica de la universal ley de la caridad, como señal de identidad del cristiano (Jn 13,34-35).
2a Después de mi muerte, podéis romper el silencio que vengo guardando desde hace tanto tiempo, y gritar, gritar. He tenido que callar por años y años. Entre mis papeles encontraréis muchas exhortaciones a la prudencia, al silencio, a vencer las dificultades con la oración y la mortificación, con la humildad, con el trabajo y los hechos, y no sólo con la lengua. Había una cosa que me impedía hablar, que me llevaba a callar, y que tiene relación con todo el preámbulo que he venido haciendo. Yo tenía —no es cosa mía, es gracia de Dios Nuestro Señor- la psicología del que no se encuentra nunca solo, ni humana ni sobrenaturalmente solo. Tenía un gran compromiso divino y humano. Y quisiera que vosotros participaseis también de este gran compromiso que persiste y persistirá siempre.
2a he venido haciendo Crol974,1016 ] vengo haciendo EdcS,64.
«Después de mi muerte»: encontramos aquí la razón de su silencio ante las críticas y murmuraciones que -como tantos otros santos en la historia- tuvo que afrontar. Era consciente de que, en algunos casos, hablar para defender su honor implicaría necesariamente sacar a la luz pública los errores e injusticias de personas de Iglesia. Prefería, precisamente por esa ley de la caridad, padecer la injusticia y tratar de superarla con la confianza en Dios: con oración, humildad y entrega; y también trabajando para restablecer la verdad, si de eso dependía el bien de las almas.
2b No me he encontrado nunca solo. Esto me ha hecho callar ante cosas objetivamente intolerables: ¡hubiera podido producir un buen escándalo! Era muy fácil, muy fácil... Pero no, he preferido callar, he preferido ser yo personalmente el escándalo, porque pensaba en los demás.
2c No tenemos más remedio que contar con ese —vamos a llamarlo así- prejuicio psicológico de pensar habitualmente en los demás, tener este punto de vista determinado, propio, exclusivo nuestro. Querría que lo considerarais cuando estéis dispersos por todas las Regiones. No os asustéis nunca de la imprudencia de la gente, pero los que tenemos misión de velar por los demás, no podemos permitirnos ese lujo: al contrario, hemos de concedernos el lujo de la prudencia, de la serenidad, de la caridad que a nadie excluye.
2c «cuando estéis dispersos por todas las Regiones»
: está dirigiéndose a quienes -tras un periodo de trabajo en la sede central del Opus Dei— volverían a los diversos países, quizá a puestos de dirección o formación. Recalca que, quien debe velar por la santidad de los demás desde esos encargos, debe tener muy viva la necesidad de la caridad y de la prudencia, para saber ayudar.