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25 mayo 2025

La Resurrección

Rey Ballesteros. La Resurrección del Señor. Ed. Palabra, Madrid, 2000

EL ENCUENTRO
3.- Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré». Jesús le dice: «María». Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní», que quiere decir: «Maestro» (Jn 20, 14-16).
Apenas habíalos pasado, cuando encontré al amor de mi alma (Ct 3, 4a).
«Fuera de la puerta»....

La ausencia del Amado ha convertido la ciudad en lugar inhóspito. No mucho tiempo atrás, aquélla era su casa, la tierra sobre la que nació, la alcoba donde la concibió su madre, las calles que recorrió jugando en su infancia y las amistades guardadas desde la niñez. En esa ciudad está el hogar paterno, allí se educó y bajo ese cielo vio morir a sus mayores, antes de enterrarlos bajo aquella misma tierra. No mucho tiempo atrás, nada en este mundo le hubiera hecho pensar en abandonar la ciudad ni siquiera por unos días. Fuera de ese lugar, ni tenía a dónde ir ni quería ir a sitio alguno.
Pero llegó el Amado, como llega la luna en una noche de primavera, coloreándolo todo, y aquella ciudad cambió; sus padres, sus amigos, su niñez y su escuela, sus lugares queridos... todo aquello quedó desplazado en su alma y relegado ante sus ojos cuando él iluminó su vida y robó su corazón. Y, de repente, sin que ella jamás supiera cómo, su ciudad ya no era suya, ni se llamaba con el nombre de su madre, ni de su niñez, ni de sus amigas; de repente, la ciudad en que vivía pasó a ser santuario en el que reina la presencia del Amado.
Ahora él ya no estaba, y aquellas calles y plazas, aquellos rostros, el cielo y la tierra, habían dejado de pertenecerle. La faz del Amado había quemado sus ojos para siempre, como abrasaría muchos años más tarde las pupilas de otro enamorado que iba camino de Damasco, y aquella noche despertó ciega. La ciudad no era ya más que sombras, ausencia, dolor interminable.
Y, sin esperar una respuesta de aquellos centinelas, avanzó y cruzó la puerta abierta de la que era su tierra, dejando atrás su propia vida, su pasado y sus recuerdos, para buscar al Amado en el misterio. Pionera de una aventura sagrada, con los ojos ciegos clavados en una oscuridad inescrutable, incapaz de volver la vista atrás, poco sospechaba que, muchos años más tarde, sus huellas habían de ser cubiertas por las de miles de peregrinos de lo eterno, siervos gozosos de un amor como el suyo. Poco sospechaba la Amada que obedecía una palabra aún no escrita, pero que muchos años más tarde resonaría en el orbe entero:
Por eso, también Jesús, para santificar al pueblo con su sangre, padeció fuera de la puerta. Así pues, salgamos donde él fuera del campamento, cargando con su oprobio; que no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro (Hb 13, 12-14).
Yo, hermanos, no creo haberlo alcanzado todavía. Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús (Flp 3, 13-14).

Y allí, fuera de los muros de la ciudad, donde fue crucificado Cristo, en un huerto cercano al lugar de la Calavera, propiedad de José de Arimatea, la Amada encontró al Amor de su alma.