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22 mayo 2025

La Eucaristía

Carta pastoral con motivo del Año de la Eucaristía.
Mons. Javier Echevarría, Roma, 6 de octubre de 2004

Præsta meæ menti de te vivere, et te illi semper dulce sapere

Unidad de vida
La Santa Misa, por sí misma y más aún cuando se lucha para que sea el centro de la propia vida interior, posee un poder verdaderamente unificante de la existencia humana.
Jesús sacramentado, en la renovación incruenta de su sacrificio en el Calvario, toma por completo los trabajos y las intenciones de la persona que se une a su oblación; y los recapitula en la adoración que Él rinde al Padre, en el agradecimiento que le manifiesta, en la expiación que le ofrece, y en la petición que le dirige.
Así como Cristo, en su caminar terreno, recapituló la historia humana desde Adán; y, en su sacrificio, recapituló su propia vida; así también en el Sacrificio de la Misa se unifica todo lo que Dios otorga a la humanidad y se sintetiza cuanto la humanidad puede elevar al Padre en Cristo, bajo el impulso del Paráclito.
En una palabra, «la Sagrada Eucaristía (...) resume y realiza las misericordias de Dios con los hombres».
El Santo Sacrificio compendia lo que ha de ser nuestra conducta: adoración amorosa, acción de gracias, expiación, petición; es decir, dedicación a Dios y, por Él, a los demás.
En la Misa debe confluir cuanto nos pese y nos agobie, cuanto nos colme de alegría y nos ilusione, cada detalle del quehacer cotidiano; hemos de ir con las preocupaciones nuestras y las de los demás, las del mundo entero.
En las pasadas fiestas de Navidad, comentaba a un grupo de hermanos vuestros que no fueran a Belén sólo con sus intenciones y necesidades, que llevasen al Niño los sufrimientos y las urgencias de todas las personas de la Obra, de la Iglesia, del mundo entero.
Y lo mismo os aconsejo ahora a todas y a todos: id a la Misa, presentando al Señor las urgencias materiales y espirituales de todos, como Cristo subió al Madero cargado con los pecados de los hombres de todos los tiempos. Intentemos subir con Él y como Él a la Cruz, donde intercedió —y ahora intercede desde los altares y desde los sagrarios de esta tierra— ante su Padre, para obtener a cada criatura, con sobreabundancia divina, las gracias que necesita, sin excluir ninguna.
Recordáis que, en 1966, San Josemaría tuvo una fuerte experiencia, que relató así: «Después de tantos años, aquel sacerdote hizo un descubrimiento maravilloso: comprendió que la Santa Misa es verdadero trabajo: "operatio Dei", trabajo de Dios. Y ese día, al celebrarla, experimentó dolor, alegría y cansancio. Sintió en su carne el agotamiento de una labor divina.
»A Cristo también le costó esfuerzo la primera Misa: la Cruz».
Interpretó ese episodio como si Dios hubiese querido premiar su esfuerzo de años por centrar su existencia entera en el Santo Sacrificio; y, a la vez, confirmarle en la validez sobrenatural de ese camino para alcanzar la unidad de vida tan característica del espíritu de la Obra.
Peleemos, jornada tras jornada, para que —hagamos lo que hagamos— nuestra mente se dirija a Jesucristo, para adherirnos a sus designios y también para adentrarnos en su dulce saber.