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13 mayo 2025

Comentario al Salmo II

Salmo II. Mercedes Eguíbar. Ediciones Rialp. Madrid

VOY A PROMULGAR UN DECRETO DE YAHVE. EL ME HA DICHO: «TU ERES MI HIJO, YO TE HE ENGENDRADO HOY»
La tibieza
Otro de los peligros con los que nos podemos encontrar es la tibieza.
La tibieza es una enfermedad que podemos contraer si permitimos que se apague el fervor de la primera caridad.
Para mantener un fuego, hay que tener la preocupación de que no se extinga. Hay que ir alimentándolo con distintos ingredientes, para que no muera. Puede volverse a encender, en el caso de que nos hayamos descuidado, pero, entonces, resulta necesaria una previa limpieza de cenizas y leños secos.
La tibieza se produce en el alma, cuando permitimos que la indiferencia ante las cosas de Dios se apodere de nosotros.
Cuando el amor entre dos personas no se mantiene por falta de delicadezas, incomprensiones, detalles insignificantes, se produce esa situación tan poco sugestiva de dos seres que viven juntos ignorándose. Las conversaciones son intrascendentes, no hay compenetración. Su reflejo exterior es el cansancio y la desgana.
El amor a Dios, que conocemos y vivimos, necesita también cuidados especiales. Preocupación por lo que a El le gusta. Deseos que surgen del corazón de amarle más. Sobre todo, Dios necesita obras, obras buenas encaminadas a satisfacerle, que son en definitiva las que mantienen el amor. Las promesas que le hacemos a lo largo del día tienen que pasar en seguida a convertirse en obras en las que se advierta la fuerte carga de amor que encierran. Las palabras que se quedan en el aire, sin llegar a convertirse en auténticas obras, pueden resultar vanas. A veces, un examen profundo para conocer si se debilita nuestra voluntad puede ayudarnos a salir de estos estados semiinconscientes en los que no acabamos de intimar con Dios. No porque El no lo desee, somos nosotros los que no estamos totalmente decididos a emprender este camino de infancia espiritual que, poco a poco, va dando consistencia y madurez a nuestro amor.
Muchas veces, no llegamos a vencer estos estados de indiferencia que pueden ser el comienzo de la tibieza, por pura ignorancia, y ésta sí puede ser fácilmente vencida, si dedicamos tiempo a la reflexión. En cuanto nos ponemos en presencia de Dios, advertimos nuestros fallos.
La misma disposición humilde de querer conocernos para mejorar, trae consigo la gracia suficiente para descubrir dónde podemos encontrar el error para vencerlo.
No puede contraer una enfermedad quien está vacunado y prevenido contra ella. Por eso, si estamos en el camino del amor, podemos vacilar o seguir senderos equivocados sólo durante un corto período de tiempo. Pero es difícil perderlo definitivamente cuando se conoce. De aquí que la tibieza que conduce a la muerte del amor a Dios no pueda producirse en nuestra alma, porque siempre mantendremos vivo el fuego del amor.