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10 mayo 2025

María

Federico Delclaux. Santa María en los escritos del beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Rialp, Madrid, 1992

María contempla el humilde nacimiento de Jesús (2 de 2)
Toda esta sencillez guarda una gran riqueza teológica de la que se derivan múltiples consecuencias para la humanidad. Entre las muchas consideraciones que podríamos hacer, una sobre todo quiero comentar ahora. El nacimiento de Jesús significa, como refiere la Escritura, la inauguración de la plenitud de los tiempos, el momento escogido por Dios para manifestar por entero su amor a los hombres, entregándonos a su propio Hijo. Esa voluntad divina se cumple en medio de las circunstancias más normales y ordinarias: una mujer que da a luz, una familia, una casa. La Omnipotencia divina, el esplendor de Dios, pasan a través de lo humano, se unen a lo humano. Desde entonces los cristianos sabemos que, con la gracia del Señor, podemos y debemos santificar todas las realidades limpias de nuestra vida. No hay situación terrena, por pequeña y corriente que parezca, que no pueda ser ocasión de un encuentro con Cristo y etapa de nuestro caminar hacia el Reino de los cielos.
De pronto, ese tono íntimo de la cueva de Belén se conmueve con la llegada de los pastores a los que un ángel les ha comunicado la gran noticia. Los pastores «fueron con presteza y encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre, y viéndole, contaron lo que se les había dicho acerca del Niño. Y cuantos los oían se maravillaban de lo que les decían los pastores. María guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón».
Pasarán doce años, y al hablar del encuentro de la Virgen y San José con Jesús en el Templo, utilizará el escritor sagrado una frase muy semejante:
«Su madre conservaba todo esto en su corazón».
El estudio exegético de estos dos textos da un rasgo característico de María. La Virgen, como «Hija excelsa de Sión», vivía la enseñanza secular del Antiguo Testamento, en donde se repite que el justo, el hombre fiel a Dios, debe conservar en su alma las grandezas y palabras del Señor y el amor al pueblo elegido. Pero ese recuerdo es una memoria llena de vida y actualizada, que deduce enseñanzas nuevas de hechos antiguos. Recordar, contrastar textos, considerar los sucesos de la Sagrada Escritura, equivale a contemplar el pasado en orden al presente y al futuro. Bajo la acción del Espíritu Santo, la Madre de Dios aúna en su corazón, vincula estrechamente el pasado —la historia sagrada y las profecías— y lo que ahora acontece; un ahora que también, en la medida de lo posible, le da luz sobre el futuro.
El Santo Evangelio, brevemente, nos facilita el camino para entender el ejemplo de Nuestra Madre: «María conservaba todas estas cosas dentro de sí, ponderándolas en su corazón». Procuremos nosotros imitarla, tratando con el Señor, en un diálogo enamorado, de todo lo que nos pasa, hasta de los acontecimientos más menudos. No olvidemos que hemos de pesarlos, valorarlos, verlos con ojos de fe, para descubrir la Voluntad de Dios.
Cristo, el Verbo encarnado, causaba la alegría de José y de la Virgen simplemente —comenta Notker— «porque el pequeño había sonreído». Jesús es Dios, y dice San Bernardo que es un Niño cariñoso: «Dichosos los besos que dio el Niño a la Madre que le estrechó en su seno maternal»; y, a la vez, es correspondido: «Bienaventurados los besos impresos en los labios del Niño, cuando, como verdadero Hijo, jugaba con su Madre», según Autperto; y también afirma la Iglesia: Jesús «era llevado en brazos por San José, que le besaba, le vestía y le custodiaba». Con cariño familiar le trataban al Señor la Virgen María y el Santo Patriarca. José ha sido, en lo humano, maestro de Jesús; le ha tratado diariamente, con cariño delicado, y ha cuidado de El con abnegación alegre. ¿No será ésta una buena razón para que consideremos a este santo varón justo, a este Santo Patriarca en quien culmina la fe de la Antigua Alianza, como Maestro de vida interior? La vida interior no es otra cosa que el trato asiduo e íntimo con Cristo, para identificarnos con Él. Y José sabrá decirnos muchas cosas sobre Jesús.
Con el nacimiento de Jesucristo el tiempo anterior obtiene la totalidad de su significado y es atraído por la obra redentora de Cristo; y también el tiempo posterior cobra un nuevo sentido, el de la luz de la Redención, que atrae todas las cosas hacia el Redentor. Instaurare omnia in Christo, da como lema San Pablo a los cristianos de Efeso; informar el mundo entero con el espíritu de Jesús, colocar a Cristo en la entraña de todas las cosas. Si exaltatus fuero a térra, omnia traham ad meipsum, cuando sea levantado en alto sobre la tierra, todo lo atraeré hacia mí. Cristo, con su Encarnación, con su vida de trabajo en Nazareth, con su predicación y milagros por las tierras de Judea y de Galilea, con su muerte en la Cruz, con su Resurrección, es el centro de la creación, Primogénito y Señor de toda criatura. Nuestra misión de cristianos es proclamar esa Realera de Cristo, anunciarla con nuestra palabra y con nuestras obras. Quiere el Señor a los suyos en todas las encrucijadas de la tierra.