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2 abril 2025

En diálogo con el Señor (1ª parte)

San Josemaría. En diálogo con el Señor (ed. crítica)

5ª. QUE SE VEA QUE ERES TÚ (1/IV/1962) (1 de 4)
1a No es mi intención, hijos míos, dirigir hoy la meditación. Me limitaré a señalaros algunos puntos de la Misa de este domingo Laetare de Cuaresma, para que los meditéis.
1b «Abiit Iesus trans mare Galilae... Pasó Jesús al otro lado del mar de Galilea, también llamado Tiberiades, y como le siguiese una gran muchedumbre de gentes, porque veían los milagros que hacía con los enfermos, subióse a un monte y se sentó allí con sus discípulos». La primera consideración, hijos míos, es examinar por qué hemos seguido nosotros a Jesucristo, y por qué estamos con El, asentados con Él, en íntima familiaridad, con el deber gustoso de buscar de continuo su trato.
2a Estas gentes, de que habla el Evangelio, le seguían porque habían visto milagros: las curaciones que hacía Jesús. Vosotros y yo, ¿por qué? Cada uno de nosotros ha de plantearse esta pregunta y ha de buscar una respuesta sincera. Y una vez que te hayas interrogado y respondido, en la presencia del Señor, llénate de hacimiento de gracias porque estar con Cristo es estar seguro. Poderse mirar en Cristo es poder ser cada día mejor. Tratar a Cristo es necesariamente amar a Cristo. Y amar a Cristo es asegurarse la felicidad: la felicidad eterna, el amor más pleno, con la visión beatífica de la Trinidad Santísima.
2b He dicho antes, hijos, que no os daría la meditación, sino puntos para vuestra oración personal. Medita por tu cuenta, hijo mío. ¿Por qué estás con Cristo en el Opus Dei? ¿Desde cuándo sentiste la atracción de Jesucristo? ¿Por qué? ¿Cómo has sabido corresponder desde el principio hasta ahora? ¿Cómo el Señor con su cariño te ha traído a la Obra, para que estés muy cerca de Él, para que tengas intimidad con Él?
2c Y tú ¿cómo has correspondido? ¿Qué pones de tu parte para que esa intimidad con Cristo no se pierda y para que no la pierdan tus hermanos? ¿En qué piensas desde que tienes todos esos compromisos? ¿En ti o en la gloria de Dios? ¿En ti o en los demás? ¿En ti, en tus cosas, en tus pequeñeces, en tus miserias, en tus detalles de soberbia, en tus cosas de sensualidad? ¿En qué piensas habitualmente? Medítalo, y luego deja que el corazón actúe en la voluntad y en el entendimiento.
2d A ver si lo que el Señor ha hecho contigo, hijo mío, no ha sido mucho más que curar enfermos. A ver si no ha dado vista a nuestros ojos, que estaban ciegos para contemplar sus maravillas; a ver si no ha dado vigor a nuestros miembros, que no eran capaces de moverse con sentido sobrenatural; a ver si quizá no nos ha resucitado como a Lázaro, porque estábamos muertos a la vida de Dios. ¿No es para gritar: «Laetare, Ierusalem?». ¿No es para que yo os diga: «Gaudete cum laetitia, qui in tristitia fuistis»; alegraos los que habéis estado tristes?
2e Hemos de agradecer al Señor, en este primer punto, el premio inmerecido de la vocación. Y le prometemos que la vamos a estimar cada día más, custodiándola como la joya más preciosa que nos haya podido regalar nuestro Padre Dios. Al mismo tiempo, entendemos una vez más que, mientras estamos desempeñando este mandato de gobierno que la Obra nos ha confiado, nuestro afán ha de ser especialmente buscar la santidad para santificar a los demás: vosotros, a vuestros hermanos; yo, a mis hijos. Porque «no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santidad».

2e «la joya más preciosa»: se sobreentiende que el don más valioso es la fe y la redención, de la que la vocación personal forma parte y es una expresión concreta. Quiere destacar que esa vocación determina la igualdad de todos en la Obra, de modo que ningún cargo de gobierno conlleva una posición más brillante: el único brillo es el que se desprende de la joya de la llamada divina, que es la misma para todos. Ser llamados a desempeñar un cargo de gobierno en el Opus Dei implica sólo un mayor deber de ser humildes, de vivir sacrificadamente para que los demás sean santos. Esto comporta un mayor sentido de responsabilidad y el deber de ser ejemplares, porque, por su cargo, los que gobiernan están puestos por Dios «en un monte alto», a la vista de los demás.
3a Pero volvamos al Evangelio. Es interesante comprobar cómo se recoge repetidamente la distinción entre los Apóstoles, los discípulos y la muchedumbre; y aun dentro de los Apóstoles, entre un grupo de ellos -los tres predilectos del Señor- y los demás. También en esto me parece que nuestra Obra tiene una profunda entraña evangélica. Somos para la muchedumbre, pero cerca de nosotros hay tantos amigos y compañeros que reciben más inmediatamente el influjo del espíritu del Opus Dei. El Señor nos coloca en un monte alto, como a sus discípulos, pero a la vista de la muchedumbre. Lo mismo sucede con vosotros: entre vuestros hermanos -todos somos iguales en la Obra—, por el cargo que ahora ocupáis, vosotros estáis más a la vista. No lo olvidéis, y no me perdáis nunca de mira este sentido de responsabilidad.