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Salmo II. Mercedes Eguíbar. Ediciones Rialp. Madrid
YO HE CONSTITUIDO MI REY SOBRE SION, MI MONTE SANTO
El sentido del sígueme
Cuando hemos comprendido y vivido la generosidad con los que nos rodean, es más fácil responder a las peticiones de Dios; entonces nos planteamos en serio lo que Cristo nos va pidiendo en cada momento. Si El preside nuestra vida, su exigencia, aunque cueste, es amorosa, y espera anhelante esa generosidad personal. La figura de Cristo debe enamorar como antes. No puede sorprender a quien ya le conoce y le trata con frecuencia escuchar un día aquella palabra que oyeron los apóstoles: sígueme.
El sentido del «sígueme» es que Cristo quiere adueñarse de esa alma para que la vida de esa persona sea una completa dedicación a su servicio.
¿Acaso no tiene Cristo atracción para enamorar? El alma, al encontrarse con esta petición, si lleva una vida ordenada, la entenderá enseguida. Se dará cuenta de que la mirada de Cristo, una vez más, se ha fijado en la criatura; y ahora, concretamente, en ella. El Señor sigue eligiendo a través del tiempo a quien le parece. No se puede explicar, como decíamos al principio, ¿por qué a mí? Es un misterio que debemos aceptar. Lo importante es que Cristo llama y que Jesús necesita a las almas para que éstas sigan dando testimonio vivo con su vida.
A veces la llamada de Cristo nos coge no sólo desprevenidos, sino en un camino que habíamos elegido nosotros solos. Esto contraría, y se discute este designio divino porque no apetece cumplirlo.
No se puede hacer esperar a Dios. La llamada exige una renuncia, elección del camino que Dios nos presenta y abandono del que habíamos elegido nosotros. Alargar el tiempo que precede a la respuesta personal es restarnos un espacio que podemos santificar. Aunque sólo fuera por egoísmo, la respuesta ha de ser rápida; el que espera es Cristo.
En el camino del amor, dice Cristo que hay que cargar con la cruz, y en otro lugar nos dice que «su yugo es suave y su carga ligera». ¿Quién no entiende de cruz? ¿Quién puede decir que no la conoce?
Se han cargado un poco las tintas al hablar y explicar esta cruz en la dedicación plena al servicio de Dios. Se ve como algo tenebroso e inasequible, como algo que deseamos que no nos toque. Se llega a decir que va contra la naturaleza. Cuando debiera ser lo contrario, es nada más y nada menos que un designio especial de Dios sobre esa persona y sobre esa familia.
La respuesta es urgente, hay mucho que hacer: «Ayúdame a clamar ¡Jesús, almas!... Almas de apóstol!: son para ti, para tu gloria» (Camino, 804). El sí a un Dios enamorado llena, produce una satisfacción que va creciendo de día en día. Y es realidad, se experimenta en uno mismo lo que el Señor prometió en el Evangelio: «El que deje por Mí padre y madre recibirá el ciento por uno y la vida eterna».
Por si acaso nos hacíamos los «remolones», Cristo nos dejó en el Evangelio aquella escena tan dura y tan clara. Le seguían sus discípulos, habían comprendido que el Señor los llamaba, pero no estaban dispuestos del todo, algo les ataba todavía:
Señor, voy a enterrar a mi padre. Y la contestación de Cristo: «Deja a los muertos que entierren a sus muertos». Y en otra ocasión, ante el titubeo de algunos, quedó escrito para siempre: «Quien ama a su padre y a su madre más que a Mí, no puede ser mi discípulo».
La generosidad es una virtud que sabe de amor, por eso los generosos son los que están más cerca del Señor.