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8 marzo 2025

María

Federico Delclaux. Santa María en los escritos del beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Rialp, Madrid, 1992

El santuario de Torreciudad
El año 1956, movido por su querer a la Virgen, y para que muchas personas intensificaran la práctica de la fe cristiana, Mons. Escrivá de Balaguer quiso reavivar el culto a Nuestra Señora de Torreciudad. Todos sus hijos e hijas del Opus Dei y muchos amigos de la Obra del mundo entero, secundaron esa iniciativa y pusieron en marcha las gestiones para construir este nuevo santuario en tierras de Aragón.
En un libro publicado por el Patronato del Santuario de Torreciudad se narra, con rigor científico y con viveza, la historia de esa imagen de la Virgen y de la construcción del santuario y de las obras: restauración de la antigua ermita, el retablo, las galerías de los misterios del Rosario , el Via Crucis, los Dolores y Gozos de San José, el centro de formación social, los edificios destinados a retiros espirituales, cursos y convivencias, un centro sobre la historia y la cultura aragonesas, y otro de formación rural de la mujer, etc. Esta obra se lee sin sentir porque relata una epopeya de amor de unos hombres que, alentados por el querer del Beato Josemaría, superan todos los obstáculos y alzan ese canto arquitectónico a la Virgen. «Sólo una devoción mariana tan grande como la que caracterizó al Siervo de Dios —dice Mons. Álvaro del Portillo en la presentación del libro— explica la construcción del nuevo santuario en un tiempo record, así como el impulso experimentado por el culto mariano en este lugar. Además, la veneración a la Virgen bajo la advocación de Torreciudad ha cruzado tierras y mares, para arraigar sólidamente en comarcas bien lejanas del Alto Aragón e incluso en otros Continentes.»
Después, el Prelado de la Obra explica cómo se han hecho realidad aquellos afanes de Mons. Escrivá de Balaguer cuando escribía absolutamente convencido, lleno de fe en Dios y de confianza en la bondad de la Santísima Virgen: Un derroche de frutos espirituales espero que el Señor querrá hacer a quienes acudan a su Madre Bendita ante esa pequeña imagen, tan venerada desde hace siglos. Por eso me interesa que haya muchos confesonarios, para que las gentes se purifiquen en el santo sacramento de la penitencia y —renovadas las almas— confirmen o renueven su vida cristiana, aprendan a santificar y amar el trabajo, llevando a sus hogares la paz y la alegría de Jesucristo: la paz os doy, la paz os dejo. Así recibirán con agradecimiento los hijos que el cielo les mande, usando noblemente del amor matrimonial, que les hace participar del poder creador de Dios: y Dios no fracasará en esos hogares, cuando El les honre escogiendo almas que se dediquen, con personal y libre dedicación, al servicio de los intereses divinos.
¿Otros milagros? Por muchos y grandes que puedan ser, si el Señor quiere honrar así a su Madre Santísima, no me parecerán más grandes que los que acabo de indicar antes, que serán muchos, frecuentísimos y pasarán escondidos, sin que puedan hacerse estadísticas.
En mayo de 1975 un mes antes de su ida al cielo— hizo su última visita al santuario de Torreciudad, que estaba prácticamente acabado. Se llenó de gozo al contemplar hecha realidad aquella locura, y comentó refiriéndose al predominio del ladrillo visto: Con material humilde, de la tierra habéis hecho material divino.
Miles y miles de personas han sentido en Torreciudad la caricia materna de Santa María, que les ha conducido a reconciliar sus almas con Dios mediante el sacramento de la Penitencia, cumpliéndose así el deseo del Beato Josemaría cuando afirmaba: Espero frutos espirituales: gracias que el Señor querrá dar a quienes acudan a venerar a su Madre bendita en su Santuario. Ésos son los milagros que yo deseo: la conversión y la paz para muchas almas.
También la Madre de Cristo ha respondido a todos los deseos que llevan los peregrinos en su corazón, y que —algunos de ellos— manifiestan en un libro que se conserva en la ermita, donde se puede leer escrito por un niño de diez años: «Madre mía, ayúdame a tener vocación de sacerdote»; unos trazos toscos: «Con todo el cariño del fontanero que te quiere como cuando era niño»; una madre: «Que mi hijo se cure de la droga. Volveré»; y de tantos lugares de la tierra: «Madre, por favor, protege a Qui, a Tai, y a todos tus hijos vietnamitas», «Por la paz del Líbano», «Madre, desde Chile venimos para agradecerte todo», «Por el Papa y la Iglesia en el mundo entero»...