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6 marzo 2025

La Eucaristía

Carta pastoral con motivo del Año de la Eucaristía.
Mons. Javier Echevarría, Roma, 6 de octubre de 2004

Ambo tamen credens atque confitens, peto quod petivit latro pœnitens
Fiarse de la misericordia divina
Dimas encontró la misericordia y la gracia divinas transformando aquella actividad que antes era su "profesión": asaltar y robar a otros.
En la cruz, por la fe y un dolor sincero, "asaltó" a Cristo, le "robó" el corazón y entró con Él en la gloria.
Nuestro Padre nos ha transmitido la «amorosa costumbre de "asaltar" Sagrarios»; nos ha enseñado, sobre todo, a unir nuestro trabajo santificado a la ofrenda que Jesús hace de Sí mismo en la Misa y a trabajar así con la fuerza que dimana de su sacrificio.
La experiencia del latro pœnitens es también la nuestra: de la misericordia del Señor esperamos nuestra santificación.
Al recibir su perdón y su gracia, reflejamos estos dones en la fraternidad con que tratamos a todos, pues la santidad, la perfección, está directamente relacionada con la misericordia.
Lo expresa claramente el mismo Señor: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48); y «sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36).
Pero hemos de tener siempre presente que «la misericordia no se queda en una escueta actitud de compasión: la misericordia se identifica con la superabundancia de la caridad que, al mismo tiempo, trae consigo la superabundancia de la justicia».
Se traduce sencillamente en darse y dedicarse a los demás, como el buen samaritano: sin descuidar los propios deberes y, al mismo tiempo, decidirse a sacrificar la comodidad y a prescindir de pequeños —o no tan pequeños— planes e intereses personales.
«Misericordia significa mantener el corazón en carne viva, humana y divinamente transido por un amor recio, sacrificado, generoso».
Entendida de ese modo, esta disposición activa del ánimo cabe aplicarla analógicamente a Cristo, Dios y Hombre. Esto resultaría absurdo si refiriéramos nuestra misericordia a Dios en sí mismo, pero no lo es en relación a la Humanidad de Jesús, pues el mismo Señor nos ha dicho que considera dirigida a Él la misericordia usada con sus hermanos los hombres, aun los más pequeños (cfr. Mt 25, 40).
Además, podemos vivir la misericordia de algún modo —como desagravio— con la Humanidad del Señor oculta en el Sagrario, donde se nos presenta como «el Gran Solitario»: es un profundo acto de amor y de piedad ir a visitarle a la «cárcel de amor», donde se ha quedado «voluntariamente encerrado» porque ha querido estar siempre con nosotros, hasta el final.
¡Cuántas posibilidades se nos abren para "tratarle bien", para acompañarle, para manifestarle cariño!
A tal conducta nos alentaba San Josemaría: «Jesús Sacramentado, que nos esperas amorosamente en tantos Sagrarios abandonados, yo pido que en los de nuestros Centros te tratemos siempre "bien", rodeado del cariño nuestro, de nuestra adoración, de nuestro desagravio, del incienso de las pequeñas victorias, del dolor de nuestras derrotas».