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San Josemaría. En diálogo con el Señor (ed. crítica)
3ª. CON LA DOCILIDAD DEL BARRO (3/XI/1955) (3 DE 3)
3g ¡Que te entregues, que te des! Pero dile a Jesucristo: ¡tengo esta experiencia de la soberbia! ¡Señor, hazme humilde! Y Él te responderá: pues, para ser humilde, trátame, y así me conocerás y te conocerás. Cúmpleme esas Normas que Yo, a través de tu Fundador, te he dado. Cúmpleme esas Normas. Sé fiel a tu vida interior, sé alma de oración, sé alma de sacrificio. Y, a pesar de los pesares, que en esta vida no faltan, te haré feliz.
3h Hijo mío, sigue con tu oración personalísima, que no necesita del sonido de palabras. Y habla con el Señor así, cara a cara, tú y Él a solas. Lo contrario es muy cómodo. En el anonimato la gente se atreve a mil cosas que no osaría hacer a solas. Aquella persona encogida, cobarde, cuando está en medio de la multitud no se recata en coger un puñado de barro y arrojarlo. Yo deseo que tú, mi hijo, en la soledad de tu corazón -que es una soledad bien acompañada- te encares con tu Padre Dios y le digas: ¡me entrego!
3i ¡Sé audaz, sé valiente, sé osado! Continúa con tu oración personal y comprométete: ¡Señor, ya no más! No más tardanzas, no más poner dificultades, no más resistencias a tu gracia; deseo ser esa buena levadura que haga fermentar toda la masa.
4a ¿Quieres ahora que continuemos recordando estos pasajes de la Escritura Santa, que contemplemos a los Apóstoles entre las redes y las barcas, que compartamos sus afanes, que escuchemos la doctrina divina de los labios del mismo Cristo?
4b «Dijo a Simón: boga mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca. Replicó Simón: Maestro, toda la noche hemos estado fatigándonos, y nada hemos cogido». Con estas palabras, los Apóstoles reconocen su impotencia: en una noche entera de trabajo no han podido pescar ni siquiera un pez. Y así tú, y así yo, pobres hombres, soberbios. Cuando queremos trabajar solos, haciendo nuestra voluntad, guiados por nuestro propio juicio, el fruto que conseguimos se llama infecundidad.
4c Pero hemos de seguir oyendo a Pedro: «No obstante, en tu nombre echaré la red». Y entonces, ¡llena, llena se manifiesta la mar, y han de venir las otras naves a ayudar, a recoger aquella cantidad de peces! ¿Lo ves? Si tú reconoces tu nulidad y tu ineficacia; si tú, en lugar de fiarte del propio juicio, te dejas guiar, no sólo te llenarás de maravillosos frutos, sino que, además, de la abundancia tuya tendrán también abundancia los otros. ¡Cuánto bien y cuánto mal puedes hacer! Bien, si eres humilde y te sabes entregar con alegría y con espíritu de sacrificio; bien para ti y para tus hermanos, para la Iglesia, para esta Madre buena, la Obra. Y cuánto mal, si te guías por tu soberbia. Tendrás que decir: «Nihil cepimus!», ¡nada he podido lograr!, en la noche, en plena oscuridad.
4c «en lugar de fiarte del propio juicio»: para sacar el mayor fruto de los consejos que se reciben en la vida espiritual, el Autor recomienda una sana desconfianza a la hora de juzgar el propio comportamiento. Esta forma de humildad capacita para aprovechar la corrección que viene de un observador externo, que tiene un punto de vista más objetivo. Este ánimo dócil y humilde defiende de la soberbia, el principal enemigo de la santidad.
4d Hijo mío: tú, ahora, quizá eres joven. Por eso, yo tengo más cosas por las que pedir perdón al Señor, aunque tú también tendrás tus rincones, tus fracasos, tus experiencias... Dile a Jesús que quieres ser «como el barro en manos del alfarero», para recibir dócilmente, sin resistencias, esa formación que la Obra maternalmente te da.
4e Te veo con esta buena voluntad, te veo lleno de deseos de hacerte santo, pero quiero recordarte que, para ser santos, hemos de ser almas de doctrina, personas que han sabido dedicar el tiempo necesario, en los lugares precisos, para poner en su cabeza y en su corazón, en su vida toda, este bagaje del que se han de servir para continuar siendo, con Cristo y con los primeros Doce, pescadores de almas.
4e «para ser santos, hemos de ser almas de doctrina»: santidad y doctrina son dos elementos que el Autor une con frecuencia, para enseñar que la profundización en las verdades de la fe es condición necesaria para la piedad y el trato con Dios. Dejó siempre muy claro que la vida espiritual debe asentarse sobre una sólida formación doctrinal, acorde con las circunstancias de cada uno; ver un texto semejante en 1,3a.
4f Recordando la miseria de que estamos hechos, teniendo en cuenta tantos fracasos por nuestra soberbia; ante la majestad de ese Dios, de Cristo pescador, hemos de decir lo mismo que San Pedro: «Señor, yo soy un pobre pecador». Y entonces, ahora a ti y a mí, como antes a Simón Pedro, Jesucristo nos repetirá lo que nos dijo hace tanto tiempo: «Desde ahora serás pescador de hombres», por mandato divino, con misión divina, con eficacia divina.
4g En este mar del mundo hay tantas almas, tantas, entre la turbulencia de las aguas. Pero oye estas palabras de Jeremías: «He aquí, dice el Señor, que yo enviaré a muchos pescadores -a vosotros y a mí- y pescaré esos peces», con celo por la salvación de todas las almas, con preocupación divina.
4h Vosotros, tú, mi hijo: ¿vas a entorpecer la labor de Jesús o la vas a facilitar? ¿Estás jugando con tu felicidad o quieres ser fiel y secundar la voluntad del Señor, y marchar con eficacia por todos los mares, pescador de hombres con misión divina? ¡Hala, hijo mío, a pescar!
4i Voy a acabar con las mismas palabras con que comencé: tú eres la levadura que hace fermentar toda la masa. Déjate preparar, no olvides que con la gracia de tu vocación y la entrega tuya, que es la correspondencia a esta gracia, bajo el manto de nuestra Madre Santa María, que siempre ha sabido protegerte bien entre las olas, bajo el manto y protección de nuestra Madre del Cielo, tú, pequeño fermento, pequeña levadura, sabrás hacer que toda la masa de los hombres fermente, y sufrirás aquellas ansias que me hacían escribir: omnes -¡todos: que ni una sola alma se pierda!-, omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!
4i «omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!»: se trata de una expresión antigua en san Josemaría: la anotó en sus Apuntes íntimos en los primeros años treinta, y se encuentra en múltiples notas suyas. Manifiesta, como escribe Rodríguez, que «la dimensión mañana y la dimensión petrina de la Iglesia se fundían en su corazón a la hora de buscar a Cristo», Camino, ed. crít.-hist., com. al n. 573.