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Carta pastoral con motivo del Año de la Eucaristía.
Mons. Javier Echevarría, Roma, 6 de octubre de 2004
Plagas, sicut Thomas, non intueor, Deum tamen meum te confiteor
A las llagas de Cristo
Insisto, hijas e hijos míos, no debemos sorprendernos ni asustarnos si nos topamos con situaciones especialmente duras, en las que el "claroscuro" de la fe nos presenta más explícitamente su dimensión de oscuridad; ocasiones en que quizá resulte más difícil reconocer a Cristo, ni tan siquiera otear por dónde pasa el camino querido por Dios.
Este tipo de pruebas interiores puede deberse, a veces, a la miseria humana, a la falta de correspondencia; pero con frecuencia no es así, sino que forma parte del plan querido por Dios para identificarnos con Jesucristo, para santificarnos.
Ha llegado el momento de "ir", como hizo el Apóstol Tomás, a las llagas de Cristo.
Así nos lo explica San Josemaría:
«No olvidéis que estar con Jesús es, seguramente, toparse con su Cruz. Cuando nos abandonamos en las manos de Dios, es frecuente que Él permita que saboreemos el dolor, la soledad, las contradicciones, las calumnias, las difamaciones, las burlas, por dentro y por fuera: porque quiere conformarnos a su imagen y semejanza, y tolera también que nos llamen locos y que nos tomen por necios.
»Es la hora de amar la mortificación pasiva, que viene —oculta o descarada e insolente— cuando no la esperamos (...).
»Al admirar y al amar de veras la Humanidad Santísima de Jesús, descubriremos una a una sus Llagas. Y en esos tiempos de purgación pasiva, penosos, fuertes, de lágrimas dulces y amargas que procuramos esconder, necesitaremos meternos dentro de cada una de aquellas Santísimas Heridas: para purificarnos, para gozarnos con esa Sangre redentora, para fortalecernos (...).
»Id como más os conmueva: descargad en las Llagas del Señor todo ese amor humano... y ese amor divino. Que esto es apetecer la unión, sentirse hermano de Cristo, consanguíneo suyo, hijo de la misma Madre, porque es Ella la que nos ha llevado hasta Jesús».
No sólo en momentos de prueba, sino siempre, busquemos más perseverantemente el encuentro con Cristo resucitado, que nos espera en el Altar y en el Sagrario.
¡Con cuánta confianza y seguridad hemos de acudir a la oración ante Jesús sacramentado, para pedir, con la audacia de los niños, por tantas necesidades e intenciones!
Tomás apóstol puso ese encuentro como condición para creer; nosotros, ahora, por la gracia de Dios, abrigamos la certeza de que en ese situarnos ante Jesús se resuelven todas nuestras dificultades espirituales.
No contemplamos ni la humanidad ni la divinidad del Señor, pero creemos firmemente, y vamos a Él, que «nos ve, nos oye, nos espera y nos preside desde el Tabernáculo, donde está realmente presente escondido en las especies sacramentales (...), que pregunta: ¿qué te pasa? Me pasa... y enseguida, luz o, al menos, aceptación y paz».
Así seremos fieles y sentiremos el impulso y la fuerza para decir a todo el mundo, sin respetos humanos, con naturalidad y con urgencia, que hemos encontrado a Cristo, que le hemos tocado, ¡que vive! Saborearemos, como San Josemaría, la verdad y el gozo de que Iesus Christus heri et hodie, ipse et in sæcula! (Hb 13, 8).