-
San Josemaría. En diálogo con el Señor (ed. crítica)
4ª. UN DÍA PARA RECOMENZAR (3/XII/1961)<*b> (1 de 3)
1a Después de esta oración preparatoria, que es un acto de fe, que es un acto de amor de Dios, un acto de arrepentimiento, un acto de esperanza -“creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes; te adoro con profunda reverencia, te pido perdón de mis pecados”-, que es una acción de gracias, que es un acto de devoción a la Madre de Dios... Después de esta oración preparatoria, que ya es oración mental, nos vamos a meter, como todas las mañanas, como todas las tardes, en una consideración para ser mejores.
1a Después de esta oración ... para ser mejores. Medl964,I,7-8.
Originariamente, este párrafo se publicó en una página que presentaba el conjunto de la colección de Meditaciones. Lo volvemos a colocar en su sitio original, según atestiguan las transcripciones m611203-1 y 147.
«oración preparatoria»: se refiere a la que siempre utilizaba antes de comenzar un rato de oración mental: «Señor mío y Dios mío; creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia, te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía Inmaculada, san José, mi Padre y Señor, Ángel de mi guarda, interceded por mí».
1b Hijos míos: hoy, que empieza el nuevo año litúrgico con un tiempo lleno de afecto hacia el Redentor, es buen día para que nosotros recomencemos. ¿Recomenzar? Sí, recomenzar. Yo -me imagino que tú también- recomienzo cada día, cada hora, cada vez que hago un acto de contrición recomienzo.
1b En la transcripción aparece una mención a los ejercicios espirituales en la Curia Romana: «Yo —me imagino que tú también—, recomienzo cada día, cada hora; cada vez que hago un acto de contrición recomienzo. Ayer terminaron en la Curia Romana los ejercicios. El Papa no ha podido asistir. Y un buen fraile capuchino les ha hablado dos veces por la tarde, para renovar sus almas, para recomenzar», m611203-1.
1c «Ad te Domine levavi animam meam: Deus meus, in te confido, non erubescam»; a Ti, Señor, levanté mi alma: Dios mío, en Ti confío; no sea yo avergonzado. ¿No es la fortaleza del Opus Dei, esta confianza en el Señor? A lo largo de muchos años, así ha sido nuestra oración, en el momento de la incomprensión, de una incomprensión casi brutal: «Non erubescam!» Pero no somos sólo nosotros los incomprendidos. La incomprensión la padecen todas las personas, físicas y morales. No hay nadie en el mundo que, con razón o sin ella, no diga que es un incomprendido: incomprendido por el pariente, por el amigo, por el vecino, por el colega... Pero si va con rectitud de intención, dirá enseguida: «Ad te levavi animam meam». Y continuará con el salmista: «Etenim universi, qui te exspectant, non confundentur», porque todos los que esperan en Ti, no quedarán confundidos.
1c Ant. Ad lntr. (Ps. XXIV, 1-2) Med1964,I,11.
1d «In te confido»... Ya no se trata de incomprensión, sino de personas que odian, de la mala intención de algunos. Hace años no me lo creía, ahora sí: «Neque irrideant me inimici mei. Hijo mío, hijo de mi alma, dale gracias al Señor porque ha puesto en la boca del salmista estas palabras, que nos llenan de la fortaleza mejor fundada. Y piensa en las veces que te has sentido turbado, que has perdido la tranquilidad, porque no has sabido acudir a este Señor -Deus tuus, Dios tuyo- y confiar en El: no se burlarán de ti esas gentes.
1e Luego, ahí, en esa lucha interna del alma, y en aquella otra por la gloria de Dios, por llevar a cabo apostolados eficaces en servicio de Dios y de las almas, de la Iglesia. En esas luchas, ¡fe, confianza! “Pero, Padre -me dirás-, ¿y mis pecados?” Y te contestaré: ¿y los míos? «Ne respicias peccata nostra, sed fidem». Y recordaremos otras palabras de la Escritura: «Quia tu es, Deus, fortitudo mea»: ya no tengo miedo porque Tú, Señor, miras mi fe, más que mis miserias, y eres mi fortaleza; porque estos hijos míos -yo os presento a Dios, a todos vosotros— son también la fortaleza mía. Fuertes, decididos, seguros, serenos, ¡victoriosos!
1f Pero humildes, humildes. Porque conocemos muy bien el barro de que estamos hechos, y percibimos al menos un poquito de nuestra soberbia, y un poquito de nuestra sensualidad... Y no lo sabemos todo. ¡Que descubramos lo que estorba a nuestra fe, a nuestra esperanza y a nuestro amor! Y tendremos serenidad. Barruntaremos, en una palabra, que somos más hijos de Dios, y seremos capaces de tirar para adelante en este nuevo año. Nos sentiremos hijos del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo.