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1 marzo 2025

María

Federico Delclaux. Santa María en los escritos del beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Rialp, Madrid, 1992

Caricias de madre
El Beato Josemaría recibió innumerables gracias y luces divinas, que le convirtieron en un instrumento fiel para fundar el Opus Dei el 2 de octubre de 1928, y abrir así, en servicio de la Iglesia, un nuevo camino de santificación y apostolado en el trabajo profesional y en el cumplimiento de los deberes ordinarios del cristiano, tomando como ocasión para buscar la santidad el propio trabajo y oficio.
Esta vocación suya le hizo amar más aún lo ordinario y el quehacer habitual, pues sabía que eso es lo que debía vivir con heroísmo para ofrecer toda la tarea cotidiana a Dios, como una prolongación del Sacrificio del Altar. Toda su conducta y su predicación fueron precisamente una exaltación del valor extraordinario —santificador— de lo ordinario.
Como ya se ha indicado, las más elevadas gracias las recibió en la fundación del Opus Dei, el 2 de octubre de 1928, y el 14 de febrero de 1930 y el 14 de febrero de 1943, cuando el Señor le comunicó nuevas luces en la Santa Misa, sobre la tarea fundacional. Hubo en su vida otras gracias extraordinarias, orientadas a fortalecerle y socorrerle en esa misión divina.
Él prácticamente nunca hablaba de estos dones extraordinarios, pues quería dejar claro que era lo ordinario lo que Dios quería que santificásemos.
Al recibir alguna de esas gracias, su primera reacción era de sorpresa, y después abría su alma al confesor: a él acudía yo —escribía el 6 de diciembre de 1963—, especialmente cuando el Señor o su Madre Santísima hacían con este pecador «alguna de las suyas», y yo, después de asustarme, porque no quería «aquello», sentía claro y fuerte y sin palabras, en el fondo del alma: «ne timeas!, que soy Yo».
Una y otra vez insistía: El fundamento de la Obra no son los milagros, ni las manifestaciones sobrenaturales de carácter extraordinario, que las ha habido porque Dios ha querido, sino la filiación divina, el trabajo constante de cada día, siempre con optimismo y buena cara".
De entre las gracias extraordinarias que recibió de la bondad maternal de la Virgen Santísima, sólo se van a relatar unas pocas que vienen recogidas en los Artículos del Postulador.
Don José Luis Múzquiz narró en su testimonial: «Si alguna vez nos hablaba de gracias más especiales, lo hacía siempre con un tono de humildad. Un día le oí contar que en los primeros tiempos de la Obra pasaba por grandes dificultades y una imagen de la Virgen, colocada en la fachada de una casa situada en una calle de Madrid, le sonrió. Pero lo que más me impresionó del Padre fue la sencillez y humildad con que comentó: es lo que necesitaba entonces».
También en los Artículos del Postuladorse explica: «Otra elocuente manifestación de esta especial providencia de Dios con su Siervo, ocurrió el 22 de noviembre de 1937, durante las duras jornadas en las que el Siervo de Dios, con un pequeño grupo de hijos suyos, atravesaba a pie los Pirineos, en plena guerra civil, para dirigirse a la otra zona de España, pasando por Andorra y Francia. El Siervo de Dios, en una dolorosa noche, pidió a la Santísima Virgen una precisa señal de si era Voluntad del Señor que siguiera adelante. A la primera hora del 22 de noviembre, quienes le acompañaban lo encontraron sereno, alegre, llevando en la mano una rosa de madera estofada: la señal precisa que había pedido a Nuestra Señora»; don Pedro Casciaro añade cómo ante esta delicadeza de la Madre de Dios vio que el Padre tenía el «rostro radiante de alegría y de paz». Esa rosa de madera se encuentra en la Sede Central del Opus Dei, en Roma.
Otra gracia especial, relacionada con una estatuilla a la que don Josemaría llamaba la «Virgen de los Besos», y que besaba siempre al salir de casa, la recoge Mons. Álvaro del Portillo en una amplia entrevista sobre el Fundador del Opus Dei publicada en un reciente libro: «Ahora que disponemos de algunos de sus apuntes íntimos, encontramos en el quinto cuaderno esta anotación suya que refleja al mismo tiempo los favores divinos de los que fue objeto nuestro Fundador, su humildad y su obediencia:
«Octava del patrocinio de San José, 20IV32: (...) Ahora quiero anotar algo, que pone ¡una vez más! de manifiesto la bondad de mi Madre Inmaculada y la miseria mía. Anoche, como de costumbre, me humillé, la frente pegada al suelo, antes de acostarme, pidiendo a mi Padre y Señor San José y a las Ánimas del purgatorio que me despertaran a la hora oportuna. (...) Como siempre que lo pido humildemente, sea una u otra la hora de acostarme, desde un sueño profundo, igual que si me llamaran, me desperté segurísimo de que había llegado el momento de levantarme (...).
Me levanté y, lleno de humillación, me postré en tierra (...) y comencé mi meditación. Pues bien: entre seis y media y siete menos cuarto vi, durante bastante tiempo, como el rostro de mi Virgen de los Besos se llenaba de alegría, de gozo. Me fije bien: creí que sonreía, porque me hacía ese efecto, pero no se movían los labios. Muy tranquilo, le he dicho a mi Madre muchos piropos.
Esto, que acabo de contar de intento con tantos y tan nimios detalles, me había sucedido otras veces, no atreviéndome casi a creerlo. Llegué a hacer pruebas, por si era sugestión mía, porque no admito fácilmente cosas extraordinarias. Inútilmente: la cara de mi Virgen de los Besos, cuando yo positivamente, tratando de sugestionarme, quería que sonriera, seguía con la seriedad hierática que tiene la pobre escultura. En fin, que mi Señora Santa María, en la octava de San José, ha hecho un mimo a su niño. ¡Bendita sea su purera! Día de San Marcos, 2J-IV-32: Esta mañana estuve con mi padre Sánchez. Tenía decidido contarle lo del día 20: sentí cierta repugnancia o vergüenza. Me costó, pero se lo dije».<=b>