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Salmo II. Mercedes Eguíbar. Ediciones Rialp. Madrid
EL QUE MORA EN LOS CIELOS SE RIE, EL SEÑOR SE BURLA DE ELLOS. A SU TIEMPO LES HABLARA EN SU IRA Y LOS CONSTERNARA EN SU FUROR
Les hablará en su ira
«Les hablará en su ira». Ya nos hemos dado cuenta de que las luces artificiales y las calles estrechas no gustan a Dios, porque la Ciudad Celeste no es «un relajamiento en la observancia de los preceptos que la Iglesia ha impuesto en nuestra alma, para la santificación y la dignidad moral de sus hijos, ni un espíritu de crítica e incluso de indocilidad y rebelión que pone en duda normas sacrosantas. Se habla de liberación, se hace del hombre el centro de todo tipo de culto... que hacen del cristiano el amigo del mundo».
Y por eso, como cristianos, debemos utilizar todos los medios que tenemos al alcance para actuar: no queremos quedarnos impasibles, la impasibilidad sería pactar con el enemigo.
Para no desatar la ira de Dios, ¿qué debemos plantearnos?, ¿qué nos pide Dios en estos momentos en los que hemos detenido por completo la actividad, tanto externa como interna, para escucharle? «Quiere claridad, consciencia, buena voluntad, celo, devoción, buenos propósitos, nuevas esperanzas, nuevas actividades, energía espiritual. ¡Fuego! Para que con todas estas directrices se plantee la solución más fácil que le traerá la paz».
Ceder el sitio usurpado a Dios y volver al lugar creado para nosotros. No como siervos, sino como hijos de Dios, que vamos a recibir la herencia divina, vamos a trabajar en un mundo hecho especialmente para nosotros, según las palabras de Dios en el Génesis: «para que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y las bestias de la tierra y sobre cuantos animales se mueven sobre ella». «Procread y multiplicaos y henchid la tierra. Dominad sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra».
En este lapso de tiempo en que hemos parado la actividad para situarnos frente a nosotros mismos escucharemos a la conciencia que nos dictará unas normas a seguir. Eludiremos el consejo fácil y el egoísmo cuando nos llegue la hora de dar. No deseamos ser unos irresponsables que exigen a la Iglesia que vaya dictando la última solución a todos nuestros problemas. Nosotros, libremente, luchando con las pasiones, enderezando ideologías equivocadas con auténtica fortaleza, vamos a aceptar el sentido de responsabilidad que nace de un espíritu sano, sin complejos para romper ataduras, arrojar lejos principios equivocados, para ser «libremente responsables en Dios».
La libertad en Dios es el dominio de uno mismo, es llegar a la profundidad del corazón abierto a una responsabilidad: «Creced y henchid la tierra», y entonces contemplar que lo que ha salido de nuestras manos es digno de ser presentado al Padre.
Hay que dar alabanza a Dios con vidas responsables que sepan alejar de su camino a los enemigos que, en forma agradable, se van presentando. No es la frivolidad propia de hombres sensatos que, hechos «a imagen y semejanza de Dios», trabajan su tierra, sino de muñecos de salón que se mueven al compás de una música ligera.
Al lado de los que no pueden dar «eternidad» a sus actos se encuentra la «Eternidad» misma; Dios espera la solicitud humana.
El examen, la disposición ante ese «tiempo» concedido a cada uno para realizar la tarea que Dios nos ha encomendado, urge. No lo vamos a realizar de un modo frío y tajante que nos haga sufrir, por encima de nuestras fuerzas. La presentación de Dios al hombre por segunda vez va a ser distinta. La demostración de ese Amor Divino que sólo sabe pensar en sus hijos sucede con la aparición de Cristo en la tierra. Cristo viene a restaurar todas las cosas en El. La delicadeza divina es total; no presenta un rostro airado, sino la figura de un hombre que viene a traer la salvación a sus hermanos los hombres.
Y en esos momentos en los que el alma, desnuda de sí misma ante Dios, espera una respuesta, ésta llega en forma humana, Cristo-sacrificio, Cristo-humildad, Cristo-obediencia, que enseña el valor de una vida dedicada por completo a su Padre Dios.