-
ALGUNAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS
La primera consecuencia es que, incluso si algunos métodos o ejercicios pueden ayudamos en la oración, no hay que atribuirles demasiada importancia y basarlo todo en ellos. Eso significaría centrar la vida de oración en nosotros mismos y no en Dios, ¡exactamente el error que no hay que cometer! Tampoco creamos que bastará algo de entrenamiento, o aprender ciertos «trucos», para libramos de nuestras dificultades al orar, de nuestras distracciones, etc. La profunda razón que nos hace avanzar y crecer en la vida espiritual es de otro orden. Y afortunadamente, por cierto, pues si el edificio de la oración se basara en nuestra propia industria, no iríamos lejos. Santa Teresa de Jesús afirma que «todo el edificio de la oración se basa en la humildad», es decir, en la convicción de que nada podemos por nosotros mismos, sino que es Dios, y sólo Él, quien puede aportar cualquier bien a nuestra vida. Esta convicción puede resultar un poco amarga para nuestro orgullo pero, sin embargo, es liberadora, pues Dios, que nos ama, nos impulsará infinitamente más lejos y más arriba de lo que podríamos llegar por nuestros propios medios.
Este principio fundamental tiene otra consecuencia liberadora. Siempre hay personas dotadas para determinada técnica y otras que no lo están. Si la vida de oración fuera cuestión de técnica, habría personas capaces de una oración contemplativa y otras no. Es cierto que algunas personas tienen más facilidad para recogerse, para cultivar hermosos pensamientos, etc., pero eso carece de importancia. Cada uno, si corresponde fielmente a la gracia divina se¬gún su propia personalidad, con sus dones y sus debilidades, es capaz de una profunda vida de oración. La llamada a la oración, a la vida mística, a la unión con Dios en la oración, es tan universal como la llamada a la santidad, porque una no va sin la otra. No hay absolutamente nadie excluido. Jesús no se dirige a una elite escogida, sino a todos sin excepción, cuando dice: «Orad en todo tiempo» (Lc 21, 36) o «Cuando te pongas a orar entra en tu habitación y, cerrada la puerta, ora a tu Padre, que está en lo oculto; y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará» (Mt 6, 6).
Otra consecuencia que va a regir a lo largo de nuestra exposición: si la vida de oración no es una técnica que se llegue a dominar, sino una gracia que recibimos, un don que viene de Dios, lo más importante al tratar de ella no es hablar de métodos ni de recetas, sino dar a conocer las condiciones que nos permiten recibir este don. Condiciones que, de hecho, consisten en ciertas actitudes interiores, en determinadas disposiciones del corazón. En otras palabras, lo que asegura el avance en la vida de oración y la hace fructífera no es tanto el modo que se adopta para orar, como las disposiciones interiores con las que se aborda la vida de oración y se camina por ella. Nuestra principal tarea consiste en esforzamos por adquirir, conservar e intensificar esas disposiciones del corazón. El resto será la obra de Dios.
Pasemos revista ahora a las más importantes en el siguiente domingo.
JACQUES PHILIPPE