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1. María. Recogimiento. Espíritu de oración.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el Sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos en el camino de la paz. Jesús es el Sol qué ilumina nuestra existencia. Todo lo nuestro, si queremos que tenga sentido, ha de hacer referencia a El.
De modo muy especial y extraordinario, la vida de la Virgen está centrada en Jesús. Lo está singularmente en esta víspera del nacimiento de su Hijo. Apenas podemos imaginar el recogimiento de su alma.
Así estuvo siempre, y así debemos aprender a estar nosotros, ¡tan dispersos y tan distraídos por cosas que carecen de importancia! Una sola cosa es verdaderamente importante en nuestra vida: Jesús, y cuanto a El se refiere.
María guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón ; su madre guardaba estas cosas en su corazón. Por dos veces el Evangelista hace referencia a esta actitud de la Virgen frente a los acontecimientos que iban ocurriendo.
La Virgen conserva y medita. Sabe de ese recogimiento interior en el que es posible valorar y guardar los acontecimientos, grandes y pequeños, de su vida. En su intimidad, enriquecida por la plenitud de gracia, reina aquella armonía primitiva en la que el hombre fue creado. Ningún lugar mejor para guardar y ponderar esa acción divina excepcional en el mundo de la que Ella es testigo.
Después del pecado original, el alma pierde el dominio de los sentidos y la orientación natural hacia las cosas de Dios. En la Virgen no fue así; en nosotros, sí. En Ella, por haber sido preservada de la mancha original, todo era armonía, como en los comienzos. Es más, estaba embellecida por la presencia, del todo singular y extraordinaria, de la Santísima Trinidad en su alma.
María está siempre en oración, porque todo lo hace en referencia a su Hijo: cuando habla a Jesús, hace oración (eso es la oración, «hablar con Dios»), y cada vez que le mira (también eso es oración, mirar con fe a Jesús Sacramentado, realmente presente en el Sagrario), y cuando le pide o le sonríe (¡tantas veces!), o cuando pensaba en El. Su vida estuvo determinada por Jesús, y a El se orientaban permanentemente sus sentimientos.
Su recogimiento interior fue constante. Su oración se fundía con su misma vida, con el trabajo y la atención a los demás. Su silencio interior era riqueza, y plenitud, y contemplación.
Nosotros le pedimos hoy que nos dé este recogimiento interior necesario para ver y tratar a Dios, muy cercano también a nuestras vidas.
F.F. CARVAJAL