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22 diciembre 2025

EL MAGNIFICAT. LA HUMILDAD DE MARÍA

1. Humildad de la Virgen. Qué es la humildad.
Portones, ¡alzad los dinteles! Que se alcen las antiguas compuertas, va a entrar el Rey de la gloria.
La Virgen lleva la alegría por donde pasa: en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno, le dice Santa Isabel refiriéndose a Juan el Bautista, que crecía en su vientre. A la alabanza de su prima, la Virgen responde con un bellísimo canto de júbilo. Mi alma glorifica al Señor; y mi espíritu está transportado de gozo en Dios mi Salvador.
En el Magnificat se contiene la razón profunda de toda humildad. María considera que Dios ha puesto sus ojos en la bajeza de su esclava; por eso en Ella ha hecho cosas grandes el Todopoderoso.
En este tono de grandeza y de humildad transcurre toda la vida de Nuestra Señora. « ¡Qué humildad, la de mi Madre Santa María! -No la veréis entre las palmas de Jerusalén, ni -fuera de las primicias de Caná- a la hora de los grandes milagros.
»-Pero no huye del desprecio del Gólgota: allí está, "juxta crucem Jesu" -junto a la cruz de Jesús, su Madre». No buscó nunca gloria personal alguna.
La virtud de la humildad -que tanto se transparenta en la vida de la Virgen- es la verdad, es el reconocimiento verdadero de lo que somos y va¬lemos ante Dios y ante los demás; es también el vaciarnos de nosotros mismos y dejar que Dios obre en nosotros con su gracia. «Es rechazo de las apariencias y de la superficialidad; es la expresión de la profundidad del espíritu humano; es condición de su grandeza».
La humildad se apoya en la conciencia del puesto que ocupamos frente a Dios y frente a los hombres, y en la sabia moderación de nuestros siempre desmesurados deseos de gloria. Nada tiene que ver esta virtud con la timidez, con la pusilanimidad o la mediocridad.
No se opone a que tengamos conciencia de los talentos recibidos, ni a disfrutarlos plenamente con corazón recto; la humildad no achica, agranda el corazón. La humildad descubre que todo lo bueno que existe en nosotros, tanto en el orden de la naturaleza como en el de la gracia, a Dios pertenece, porque de su plenitud hemos recibido todos. El Señor es toda nuestra grandeza; lo nuestro es deficiencia y flaqueza. Frente a Dios, nos encontramos como deudores que no saben cómo pagar, y por eso acudimos como Medianera de todas las gracias a María, Madre de misericordia y de ternura, a la que nadie ha recurrido en vano; «abandónate lleno de confianza en su seno materno, pídele que te alcance esta virtud que Ella tanto apreció; no ten¬gas miedo de no ser atendido. María la pedirá para ti a ese Dios que ensalza a los humildes y reduce a la nada a los soberbios; y como María es omnipotente cerca de su Hijo, será con toda seguridad oída».
F.F. CARVAJAL