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6 noviembre 2025

La Eucaristía

Una costumbre cristiana: Las comuniones espirituales. José Manuel Iglesias. Edic. Palabra, Madrid, Folletos MC, nº 338

UNA FUENTE DE GRACIAS
Las consideraciones anteriores permiten afirmar que de ningún modo la comunión espiritual debe ser considerada como una alternativa de la Comunión sacramental; al contrario, debe estar orientada hacia ella, considerándola en todo caso, en relación con la Santa Misa, centro y raíz de la vida del cristiano.
«Con Cristo en el alma termina la Santa Misa: la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo nos acompaña durante toda la jornada, en nuestra tarea sencilla y normal de santificar todas las nobles actividades humanas». Las comuniones espirituales intentan -como queda dicho- hacer del día una Misa. Repetidas a lo largo del día, por lo general breves y afectivas, se convierten así .en recia y piadosa costumbre habitual y apoyo firme en el diario caminar. Y, a su vez, serán -sin duda- la mejor preparación para volver, en cuanto se pueda, a comulgar sacramentalmente.
Cuando el día esté lleno de abundantes comuniones espirituales, comprobaremos la realidad anunciada en el punto de Camino citado al principio: ¡Qué fuente de gracias...!
Se puede leer en un escrito clásico: «No dejamos que en el transcurso del día se amengüe el fruto de la unión y de la recepción eucarística por causa de nuestra veleidad, de nuestra disipación, de nuestra curiosidad, de nuestra vanidad, de nuestro afán de amor propio. Es un pan vivo, pan de vida, pan que hace vivir, el que hemos recibido. Hemos de ejecutar obras de hijos de Dios, después de habemos alimentado con ese pan divino para trocarnos en El».
Las frecuentes comuniones espirituales nos permitirán tener más presencia de Dios y más unión con El en las obras. Es decir, que no nos limitaremos a decirle al Señor de mil maneras que queremos recibirle, sino que, teniendo la Santa Misa como centro y raíz, nos llevará a esmerarnos por vivir durante el día no solamente con más presencia de Dios –que no es poco-, sino en cumplir mejor con el trabajo y con los deberes ordinarios: aprovechando mejor el tiempo, con más orden; viviendo intensamente esas inexorables horas de sesenta minutos; con ansias de sentir sobre nuestros hombros el peso de la Iglesia de Cristo y las necesidades de nuestros hermanos los hombres.

Cómo practicarla
Hacer comuniones espirituales es cosa fácil, al alcance de todos. Es tal el valor de la interioridad humana que: ¡basta con proponérselo!; la fuerza del deseo suple el no poder recibirla: querer es poder. Para ejecutarla llega con una simple mirada mental: ¡la intención basta...!
Cualquiera de las fórmulas que se recogen en estas páginas pueden servir para practicarla a menudo. Y, si nos parece mejor, cada cual puede elaborar -o si se prefiere, improvisar- una fórmula a su gusto. Aunque a veces será oportuno acoger y utilizar alguna de las ya «consagradas».
La mejor disposición será prepararse con los mismos actos que los devocionarios suelen indicar para recibir la Comunión sacramental.
Aunque es una cita amplia, me permito transcribir de un texto clásico de dirección espiritual -con el estilo literario propio de la época- lo que aconseja para esta preparación:
«Para hacer comuniones espirituales toda persona piadosa debe procurar un sincero arrepentimiento de sus pecados. Con este dolor debe purificar el tabernáculo de su corazón: lugar donde se ha de re¬cibir o hacer reposar el Divino Salvador.
Luego hará un acto de fe viva en la presencia real de Jesucristo en este augusto Misterio. Después considerará -como se debe hacer en toda Comunión sacramental- la grandeza y majestad de Dios, oculto bajo el velo de las sagradas especies: el Señor desea unirse con nosotros; ante esto debemos examinar nuestra propia conciencia, debilidad y miseria.
Después de estas consideraciones debemos hacer actos de humildad y de deseo. De humildad, a la vista de la propia indignidad; de deseo, a causa de la infinita amabilidad de Dios.
Y ya que no somos dignos de unirnos a tan buen Salvador por la recepción real de la Eucaristía, que -al menos- nos aproveche en espíritu y venga a nosotros suscitando nuestro amor.
Terminaremos la comunión espiritual agradeciéndole y adorando al Señor, sintiendo que Jesucristo no haya venido sacramentalmente al corazón, pero con la disposición y el deseo de procurar esa unión de amor, deseándola con todo el ardor de la caridad. Pediremos al Señor gracia para reconocemos indignos, comenzando -si se quiere- a hacer los actos que acostumbramos realizar después de la recepción real de este divino alimento».